martes, 30 de agosto de 2016

POEMA 118


¿QUIÉN PODÍA EXTRAÑAR EL BESO DE LA LUNA?

 

Y fue en la noche

que cayó una lágrima sedienta de simpleza

cuando un murmullo de acequia adormecía

el suelo y

la canción trataba de soltarse.

Nadie escuchó la caída desde el sueño.

¿Quién podía extrañar el beso de la luna?

Si en cada estribo de sus besos

queda una astilla que se arquea hacia lo

infinito del silencio.

Una lágrima

cayó sobre el corazón alterado de tristeza

y allí

creció con un dolor plateado

con pétalos de ámbar

fue

un dolor nuevo, noble, saturado

de perfume a violetas

cargado de prestigio

solidario con estrellas dormidas.

Un dolor

que se agitó sorprendido

con los sueños aciagos y

mañana

tal vez mañana, frutecerán las manos

dejará que crezca un mundo de arlequines

arropados saltarines de colores vistosos

carcajadas de niño, esperanza.

Ahora cierra la noche una guiñada fresca entre las nubes.

Ahí te escondes

con cada párpado cerrado de la luna.

 

                        

EN ISLA NEGRA CHILE LA CASA DE PABLO NERUDA


 
 
EN LOS PATIOS EXTERIORES DE LA CASA DE ISLA NEGRA
                                                        DONDE VIVIÓ PABLO NERUDA
COMO TODO POETA TENÍA CIENTOS DE OBJETOS DE COLECCIÓN. ACÁ UNA PEQUEÑA MUESTRA.
 
 

UN AFICHE EN UNO DE LOS SALONES DE ISLA NEGRA DONDE SE LEEN LOS NOMBRES DE ALGUNOS DE SUS

POEMAS.       

POEMA 137


 

DULCE SECRETO

 
Si  me desalojo de los sueños

 
si me destierro hacia el confín de las palabras

si penetro en el túnel verde del abismo

estaré caminando en el borde del desierto

y la ráfaga indeleble de un beso

transformará mi crepúsculo en una carga de suspiros.

Guardaré el secreto entre las sábanas

Comeré damascos con tu boca dormida

Soñaré inexplica arco iris de magnolias

Volveré sobre los pasos de la niña perdida

Para amar al hombre que me espera en los sueños.

 

           

LA PAREJA


LA PAREJA.
       
             Gregorio salió del departamento 3 de planta baja y fue a buscar un cable para arreglar el timbre. Encontró a Kiki en una posición extraña. No lo veía desde hacía algún tiempo. Pensó que había pasado más de un mes. Con los brazos afrentándose las piernas encogidas sobre la alfombra algo gastada del palier. Miró el ascensor y se preguntó por qué no había subido al 7º A. Recordó que ayer su mujer le comentó que el casillero de correspondencia de Tai, el del séptimo, estaba repleto. Nunca lo veían pero era tan metódico que le llamaba la atención ese detalle. En ese momento apareció la doctora del 8CHA, para pedir que le avisara al del 7º A que cerrara los ventanales. El golpeteo de noche no la dejaba dormir. Salió sin mirar siquiera al muchacho en el piso. Gregorio sorprendido no quiso interrogar mucho a Kiki sobre Tai. Eran pareja desde hacía varios meses y el joven entraba y salía a su antojo del edificio. Tenía llaves. Cuando quiso subir al ascensor, el pequeño travestido lo miró desolado. Tenía aun el rimel corrido, se había acomodado la larga cabellera con un elástico y su cara desfigurada por un tremendo golpe. Sintió piedad por ese ser casi marginal. Volvió sobre sus pies, se agachó y encaró al joven. ¿ Qué pasaba que no ingresaba en el departamento de su”amigo?” Si tenía temor, él, lo podía acompañar. Sabía la bondad del viejo bribón, eso se lo guardó para sí. El desventurado con sollozos le explicó que había intentado todo pero que no podía entrar; la llave estaba puesta por dentro y nadie respondía.  No tenía fuerza y además tenía un terrible miedo de encontrar a su amigo muerto o ¿quién sabe? Gregorio suspiró: ¡ Por Dios, problemas en puerta! Llamó a la policía y esperó.

            Cuando llegó el inspector Fernández, sólo se fijó en Kaki a quien pidió su nombre, dirección, trabajo y un sin fin de datos lógicos. El infeliz sopillaba como un imbécil. Llegó Cárdenas y se sumó al grupo. Con rapidez  lograron ingresar en el vetusto departamento 7º, mas... ¡Oh sorpresa! El silencio, el orden y la sobria belleza de los ambientes dejaron a los dos hombres callados. Revisaron cada rincón sin encontrar nada. Ni un cuerpo, ni una nota, ni tan siquiera una pista que indicara lo sucedido con el dueño de casa. Cárdenas abrió los placares y comprobó, con la ayuda de Kiki, que toda la ropa y los enseres de higiene que usaba el “hombre” estaban en su lugar. El televisor encendido en blanco, el video detenido y sólo abierta la puerta ventana del salón. Los cortinados se movían suavemente con el aire que necesariamente entraba a esa altura del edificio.  Ese ruido era el que molestaba a la vecina. Pero allí no había nadie. Ni siquiera un vaso abandonado o un objeto fuera de lugar.

            Esa noche se quedaron merodeando por los cafetines gay de la zona. No sacaron ningún dato excepto invitaciones para tomar una copa de dos o tres “galanes”. Al día siguiente casi se desmayan cuando vieron aparecer a Kiki, vestido de hombre. Era bien parecido y su infinita tristeza marcada en el rostro aniñado. Él, quería mucho a su padrino. Los hombres se miraron y comenzaron a desentrañar algunas historias.  La correspondencia acumulada les dio alguna pauta de los negocios del desaparecido.

Dueño de varios departamentos, casas y campos, tenía un ingreso superior a lo imaginado. Rastrearon sus datos y descubrieron que era descendiente de una familia muy importante de la ganadería y política de cierta provincia. El silencio rodeaba su vida. Siempre separado de aquellos a los que podría importunar su condición y apetitos sexuales. Nadie sabía de él desde hacía tiempo y la mayoría de sus familiares trataron de desaparecer muy rápido de las oficinas policiales, antes de ser señalados como parientes. Nada se aclaraba y Kiki, ya instalado era observado en forma permanente por alguien de la oficina. El caso era desafortunado.

Una mañana Gregorio necesitó limpiar el hueco del ascensor y descubrió un enorme cuchillo ensangrentado. La sangre estaba seca pero aun sus marcas mostraban la ferocidad del uso. Llamó a Fernández y éste tomó el objeto con los cuidados propios de su experiencia. Comenzó el trayecto a la deducción.

lunes, 29 de agosto de 2016

POEMA 123


Ya no me quedan palabras para editar poemas nuevos

 

re escribo en el margen de la lengua con la tinta

mezclada de jirones de arco iris. Con sal ardiente.

Con cenizas de papel de pentagramas.

Mi libro gira en espirales blancos

sólo humo

la boca trasnocha entre placas de mercurio

se mueve con pequeñas esferas que se pierden

en el hule tendido sobre el camino   y es la huella

el sendero cósmico

mi hoja en blanco

espera

abierta    escucha     escucho

hace frío en las letras  que escapan  asustadas

por renglones borrados   dormidos

 

qué nos queda

tómame en las tinieblas

transfórmame en vapor   aire   

silencio.

 

ALGUNOS CUADROS BELLOS.

 
VENDEDORA DE AJOS, MUSEO DE ESPAÑA.
 
HILANDO EN LA RUECA, MUSEO DE ESPAÑA EN MADRID.

DETRÁS DE LA CARETA


DETRÁS DE LA CARETA.

Me invitaste a acicalarnos como simios.

Roturamos la mesa con charla de café

detrás de la sonrisa

escondida,

un áspid ronroneaba,

se babeaba un monstruo,

siseaba el engaño.

 

El carnaval devora la risa.

Tras esa extraña careta que usas

se desdibuja el rostro

 

hay una espina

una garra

un engendro

la piel desgarrada  con hilos de tósigo verde

mecen en la cuna un demontre.

Tus ojos sonrientes crispan al miedo.

mercando

una máscara blanca   una máscara negra.

¿Dónde está la amiga? ¿Dónde?

Mientes. Finges. Engañas…

te observan los ángeles

yo también  te observo

Quiero que el mundo entero conozca tu afrenta

eres indigna. Un fraude. Una necia.
 
Usas sólo máscaras.

Caretas. Caretas. Caretas.

 

 

sábado, 27 de agosto de 2016

BRUJA UNA MUJER LLAMADA DIONISIA


            LA MUJER EXTRAÑA

              La Dionisia llegó sin hacer ruido. Callada y seca, su historia no contada estaba incrustada en la piel reseca. Manos de hierro para levantar las brasas cenicientas del fogón o del brasero de lata. Curvada la espalda de caña trajinada con el duro trabajo de la tierra. Ahora la casa no es casa, ni tapera, ni casilla; es un hueco en la noche caliente. Traía sus perros y sus penas. Un aluvión de muertos que no podía dejar allá en el campo. Un gigante dormido en su memoria, que la molía a palos, la poseía furioso con la vida, contra su cuerpo que elástico se afirmaba en el jergón, sin quejas,  para aquietar la ira del macho. ¿Amor..., qué era eso? Tuvo hijos. Unos murieron antes de aprisionar veranos en los pulmones desinflados por el llanto; otros huyeron del alcohólico infierno filial, sin esperanza. ¡Hijos, sus hijos! - ¿Qué sería de ellos? ,- me dijo un día.

            Así llegó la Dionisia a la orilla misma de la ciudad sedienta. Una más para apoderarse de la suerte esquiva. Yo no la vi hasta pasados muchos días. No hablaba con nadie. Murmuraba apenas, mascullaba palabras inconexas, nombraba  los nombres de la vida y de la muerte, con la confianza que se tiene con el futuro oscuro de la nada. Vestida de negro, ausente, agria, despeinada bajo el pañuelo que desdibujaba su edad y su posible belleza. Era ese tipo de mujeres que esconden su feminidad para salvarse. Sólo los perros que trajo la seguían y...sus penas o sus horrores. Descalza casi, sus pies eran dos enormes masas ennegrecidas y dolientes.

            En las noches sentía los nerviosos pasos pausados, rotundo arrastre de soledad, por el pasillo. Yo, habitante obligada por mi vocación de socióloga, compartía a veces sus torturados viajes al infierno. Atravesaba la vereda angosta como ave nocturna. Agazapada entre las sombras de los plátanos que rezongaban en cáscaras resecas bajo sus plantas callosas. Un aullido de los perros famélicos anunciaba el amanecer y el regreso con algo entre las fauces. Su boca desdentada masticaba los restos que dejaban ellos, que les arrebatara...¡animales generosos! Los animales husmeaban en los tachos de basura, ella comía lo mejor, lo más digno, lo más humano. En las largas caminatas, a veces, regresaba con algo entre los pliegues de sus harapos. Era feliz la Dionisia con su pequeña cosecha. Era feliz con su libertad recién adquirida con la muerte del hombre, de salir intacta de la hoguera de su historia de mujer sobreviviente. Nunca aceptó lo que yo el ofrecía, su mirada altiva, me paralizaba. Ella era una mujer, sólida y nunca podría vivir de la caridad de otra mujer.

            Los niños y jóvenes de la villa le tenían miedo. Huían de ese espanto vestido de mujer.  “La bruja”, le decían y salían corriendo hacia el regazo de sus madres o abuelas cuidadoras. Yo me reía, no creo en brujas ni en brujerías... pensaba en la ignorancia de la realidad que atrapaba a la vieja. Una noche de invierno después de oír las campanadas de la iglesia lejana, que sonaba acompasada a las doce... un aullido gutural irrumpió en nuestro rincón. No era humano. Los perros gruñían como hambrientos lobos dolientes. Abrí la celosía asustada. Un extraño ser corría por el pasillo entre las casuchas, cubierto por un trapo negro, encapuchado, siniestro. Volvió la cabeza para incriminarme. Un par de ojos brillantes en la oscuridad me paralizaron. Increpaban mi curiosa intromisión. Seguro creyó que interrumpía su tarea. Escapó sin hablar. Yo me quedé inmovilizada por el terror. Antes de amanecer me dirigí a la casilla. Golpeé. La Dionisia no acudió a mi llamado. Luego vi con sorpresa que los perros se arrastraban, sobre sus vientres, en charcos de coagulada sangre húmeda. Pegué un grito. Entonces la vi...estaba allí, serena, yacía quieta en un destartalado jergón de paja, revuelto todo, hasta en una vieja olla de hierro, humeaba aún una especie de guiso. Un fuego azulado crepitaba entre unos ladrillos que servían de cocina. ¿Qué había ocurrido? Nunca lo sabré. Ella no hablaba. Su silencio era impenetrable y los perros no aullaban más. Entre las cosas esparcidas, encontré el retrato de una mujer de mediana edad rodeada por tres muchachos de aspecto alegre y a sus pies, un escuálido cuerpo deforme de un ser que no pude discernir si era hombre o mujer. También encontré una caja de lata donde quedaban algunos billetes de moneda extranjera de poca monta. Tal vez fue su visita inesperada quién le arrebató su tesoro... No sé. Los perros, ahora, siguen aullando, excepto cuando la luz de la luna se apaga en luna nueva.

 

                                                          

PARA LOS QUE AMAN EL FÚTBOL MUY ARGENTINO


 EL BOCHA

                        Escuchame… Petiso esto es serio, te necesito. Sólo con vos podemos cambiar algo las cosas. Es por don Paco.
                       Cuando le llegó el telegrama de despido al Bocha,  se “pudrió” todo. Justo a la semana siguiente que le pidió plata prestada al padrino, para ir a BS.AS.. Imagínate que nadie mejor que él, para deber “guita”. La mitad de su vida garroneó para sobrevivir. Su infancia heroica en la calle, aconsejado por el padrino. “¡Tipazo bonachón!”Pensar que lustraba botines en la esquina de San Martín y Lavalle. Porque don Paco…fue, es y será bueno de alma. ¿Te acordás los sánguches que traía de su casa, la de la Alameda, para todos los pibes que rondábamos por ahí? Yo, si eran de mortadela con lechuga o tomate, me volvía loco, me gustaban tanto, que a veces le pedía dos, pero él decía: - “Pará “Chueco” dejá pa´los otros que también tienen ganas”- Nunca habló del hambre para no hacernos sentir mal. ¡Un tipazo, el don Paco!
                       Crecimos, algunos bien, otros torcidos, como él decía, te acordás hermano... Eso lo abrumaba. Un día me lo contó, porque nos quería como a hijos; que su mujer nunca pudo darle un pibe. Él, nos metió en el bocho el amor a la Argentina, al “laburo”, nos obligó a estudiar y por supuesto a honrar al equipo de nuestros amores, Boquita. Pero mirá, el Bocha ahora, justo ahora, se metió en un lío. No sé qué vamos a hacer. ¿Me dejás que te recuerde por las dudas? Vos fuiste de los que menos necesitaste del viejo lustrabotas, tenías a tu papá y a tu mamá, los dos con trabajo seguro.  ¡Humildes pero de fierro!
                       Hace como dos años, don Paco le consiguió al Bocha, un laburo en una empresa contratista del estado, que construye caminos, ahí él, manejaba los camiones. Era bueno al volante. Todos aprendimos  en la chatita de don Paco los domingos después que se terminaba el lustre. El Bocha aprendió a manejar re bien. Y ahí comenzó a laburar con él. Me acuerdo que a veces nos llevaba a comer tallarines que amasaba su mujer, después, todos salíamos en la chata hacia la cancha. Banderas, cornetas y el termo con yerbiado y tortitas con chicharrones. ¡Qué época inolvidable, ¿Te acordás?! De acá en Mendoza, él, era hincha del Globo, pero si le daba el bolsillo, más de una vez nos llevó a ver un clásico en la cancha, a ver los equipos de la capital, los grandes de la primera. Vos sabés ¿cómo me emociono cuando veo alguna foto que nos sacó en una vieja máquina de su hermano? Están amarillas pero todavía nítidas. El Bocha me dejó perplejo cuando me llamó desde la frontera. Fijate que llevaba una carga importante por el corredor andino, y lo atrapó una nevada de esas que te dejan varado diez o doce días. Allí conoció a un camionero brasileño que le pidió entregara por él, un paquete en Chile.  Me llamó, el Bocha, porque está en cana. Los gendarmes lo pararon, le revisaron la carga y... ¡Sorpresa! Le encontraron el bagayo. De inmediato me hace viajar para allá, y me encuentro con los “bifes” listos. ¡El Bocha, como idiota que es, preso! Como soy el abogado de todos, comienzo el expediente y lo hago trasladar a Mendoza. Todo un caso. Lo primero que hacen los patrones, es echarlo y dejarlo en banda. Y está bien, hasta ahí todo era de esperar. Pero el carioca no apareció ni por el vuelto. Y don Paco y yo de acá para allá, de un Juzgado Federal a otro. ¿Querés que te diga lo que preguntó el Juez?: -¿Para qué quería la guita el Bocha?-; … y el muy tarado dice que le debía plata a don Paco porque quería ir en avión a ver a Boca. Asistir al clásico con River... no le creyó ni por las tapas, por supuesto; el tipo pensó que le tomaba el pelo. ¡Y lo que le dijo era cierto!; pero no la guita de la “carguita”, sino lo que había pedido prestado plata a Don Paco. ¿No sé que voy a hacer; vos que sos más hábil y estudioso, me das una mano? Pensá los años que comimos juntos mortadela en la calle. Ayudame para que ayude al Bocha. Consultá toda la jurisprudencia que exista sobre la causa, hay que sacarlo a tiempo Sino será uno menos viajando a ver el clásico el mes que viene y sería un pecado. Boquita se merece que otra vez estemos todos juntos con Don Paco en la “Bombonera”. Para eso somos los amigos ¿No?

MARÍA ELENA WALCH, POETA ARGENTINA


A LA ESCRITORA MARÍA ELENA WALCH:

Malabarista de sueños.

Un descreído exilio

ronda sin coraje mi lecho

En el este sonríe la calle deformada

Hay ahora más fuerza y la

lluvia que desparrama sus cristales góticos

descabeza el cuello de un cisne negro.

 

Eres

"despedidora"  de barcos.

En tu huida creas ardides de sol

con el pañuelo al viento

como la gaviota al oeste en giros perpendiculares

Te pierdes

patrullando grullas en el ocaso que despiden reflejos

por el extravío de la  gloria de trashumante.

 

El oeste vibra con un trémulo susurro de mi boca pintada

El este con la pollera al viento de recuerdos de niña.

No tengo manos hoy en las caricias

ni los ojos se internan en la piel adormecida.

Han vadeado las pisadas por la playa mojando el pie

desparramados recuerdos de otros rostros

sin escorzos ni gestos. Un nombre apenas.

Omisión.

Tal vez en el sur encuentre el momento perdido.
El tempo perdido.
Los relojes perdidos.

 

 

 

 

BRUJAS, VENTANAS...

 
PASEANDO POR UN CANAL EN BRUJAS, BÉLGICA. GOZANDO DE LAS ANTIGUAS VENTANAS DE LA CIUDAD.

 APROVECHARON UNA VENTANA EN LA BREVE CALLE PARA HACER UNA VIDRIERA INSINUANTE Y CONQUISTAR MIRADAS.


AL PASO DE UNA VERDADERA GALERÍA DE PERSONAJES Y FLORES, ATRÁS DE LA CASA UN VERGEL. BRUJAS ES COMO UN PARAÍSO PARA LA VISTA Y MUY INSPIRADOR PARA LOS POETAS.

jueves, 25 de agosto de 2016

UN CUENTO SOBRE LA SHOÁ


EL VIOLINISTA

 

            Ingresó por el portal de cristal y no podía ver su rostro. El sol desde atrás le esbozaba un contorno enorme. Oscuro y manifiesto su cuerpo de anciano corpulento. Así conocí a Aaron Goldman. Se desparramó en la silla del café con un chirrido de madera y niebla. Su pipa humeaba y no se sacó el sombrero como es la costumbre en el “”Florencia”, antiguo y promiscuo bar del barrio.

            Por atrás se escuchaba el ataque feroz a las bolas de billar y el murmullo de los parroquianos que taladraban las mesillas con sus dedos añosos. Todos tomaban una bebida caliente. Vino áspero, dulce y con canela, costumbre de otros tiempos que no pierden. La ropa desteñida, pantalones gastados y sucios, sacos con brillo que gritaban épocas de gloria. Aaron con su enorme barba blanca y los bigotes amarillos por el tabaco rubio de la pipa siempre encendida, parecía el patriarca de la Biblia. Me impresionaron las manos. Luego supe que había sido un gran músico en su país y que al subir al “Tren de la Muerte” sólo llevaba su violín. Se lo quitaron, pero eso, igual le salvó la vida. Sí, tenía que ser un músico de primera para tocar en el “campo”.

            Me miró y sus ojos celestes taladraron mi cuerpo, yo una mujer ingenua de veinticuatro años, no tenía idea de su historia. Quedó sólo él, de una enorme familia. Cuando subió al tren, me dijo cuando habló conmigo, besó a su madre y a su hermana, sabiendo que iba para no regresar. Pero lo salvó la música. Era flaco, hambriento y estúpido, me dijo; lloraba de noche porque tenía miedo. Un día el “capo” me señaló de entre los de la orquestita y me llevó a la oficina. Temblaba. Me comunicó que mi mamá había muerto de tuberculosis y mi hermana de tifus. ¿Sabes qué me preguntó? Si mi hermana era música como yo. ¡Claro dije, era pianista y ya tocaba en la orquesta de mi ciudad…! Qué pena, yo no la pude salvar, ella no llevaba el piano entre sus pertenencias y se rió a carcajadas. ¡Y no pude llorar! Luego vomité. Ahora ya estoy viejo. No recuerdo la cara de ese hombre… y tampoco la de mi mamá ni la de mi hermana.

            ¿Don Aaron cuándo tocará para nosotros? Qué inocente. Cuando regresó del “campo” en un tren ruso y llegó a un refugio, le hicieron trabajar con piedras y escombros hasta que sus dedos se deformaron. Nunca más pudo ni quiso tocar el violín. Su bella música que lo salvó de la muerte era un recuerdo doloroso en la memoria de su alma. Sin embargo cambia su rostro y se dulcifica cuando escucha que el “Gringuito Remo” tocar una pieza en su violín ordinario y rústico. Y el bar se llena del fantasma de aquel tiempo de los Campos de Riga.

POEMA 116


El fuego verde del mar me incendia el alma.


                       Azota mi región celestial el lado oculto de la luna.

 Amanece erguido el oleaje amarillo entre las rocas.

                      Tiene una sombra que perturba la ausencia en la playa

en el cauce de arena que desdibuja la pisada.

 

Igual

duele la lluvia que anega los árboles dormidos.

No hay vino caliente ni sobra el fuego.

Ni es el hielo esa chispa de cristal que duerme en  nuestro lecho.

A VILMA VEGA MI POETA AMIGA

NUESTRA POETISA VILMAVEGA DICE EN UNO DE SUS POEMAS 
……………………….. …..
CANTO ESTERTÓREO PARA LA PATRIA GRANDE
 
TE CANTO RONCAMENTE.
            SIN LA BRAVA TERNURA QUE PUSE EN TUS VENDIMIAS.
DE REGRESO DEL CANTO INGENUO Y CAMPESINO
QUE CLOSIONABA EN PÉTALOS DE JOVEN EPIDERMIS
ENDULZADO EN LA INDUSTRIA DE ABEJAS INFINITAS
PARA DECIR TU VINO, PROCLAMARTE LA ESTIRPE,
LEVANTAR TU ESTANDARTE DE AURORA INCLAUDICABLE
AL AMPARO GENÉTICO DE UNA RAIGAL CADENA TENAZ  Y
                  SUCESIVA.
HOY TE CANTO, MI PATRIA, SOLAMENTE POR MÍA.
PERDÓNALE A MI ACENTO QUE HAYA ATENUADO EL GRITO.
EL TORNAVOZ ME LLEGA POR GRUESOS CALENDARIOS
DE ESPERANZAS BALDÍAS Y ANHELOS INFRUCTUOSOS
Y FECHAS INCONTABLES DE INCONTROLABLE ASOMBROS…
DONDE TU SOL NO BASTA PARA ENHEBRARTE UN HIMNO.
CON EL AMOR MÁS HONDO DE TODOS LOS AMORES
-TAN HONDO QUE SE ABRAZA CON DOLOR MÁS HONDO-
YO TE CANTO, ARGENTINA, AMARGA Y EXTENDIDA
EN SUBURBIOS OPACOS
DONDE EL CONTRASENTIDO DE LOS PANES AUSENTES
ASESTA UN PUÑETAZO DE ANESTESIA SUMISA,
Y EN TUS URBES LOS CAUSES DE INMENSAS AVENIDAS
IMPULSAN GRISES CURSOS DE INERTE CONFORMISMO
MIENTRAS QUE UNA GIRÁNDULA CIRCENSE GALARDONA
EN OTROS CONTINENTES EL CUERPO DE TU VINO
QUE- “PROFETA EN SU TIERRA”- NO SIRVE DE MONEDA
PARA COMPRAR ESPACIOS DE DIGNIDAD HONROSA
PARA EL HOMBRE QUE LABRA
EL VERDE INTERROGANTE TRÁGICO DE LAS VIÑAS.
 
VILMA VEGA, LA GRAN POETA MENDOCINA, CREADORA DE LAS MÁS BELLAS FIESTAS NACIONALES DE LA VENDIMIA, MAESTRA Y AMIGA A QUIEN ADMIRO Y CON QUIEN COMPARTO LARGAS TARDES DE LETRAS. MI HOMENAJE.

POEMA 7


POEMA 007

Ahora

yo te pido

cortejemos inmensas  muchedumbres con guijarros

de la orilla del río de la vida

continuemos

memoriosos los astros iluminan el camino

 

son de cuarzo rosado las velas del barco que traslada

nuestro canto. Son de ébano las tablas de la barca.

A lo lejos    allá en el horizonte   tal vez en el poniente

una lámina pintada en el mural del templo nos indica

el rostro de ese dios que nos inquieta

en las noches de amor.

 

martes, 23 de agosto de 2016

POEMA 113


LABERINTOS DE ESPUMA


Mi duro laberinto de frondas y de lunas,
me deja desprovista de acerada armadura.
Busco entre los pasillos desdoblados de espejos
una máscara pálida de rosales de nácar y reflejos de oro.
Y lejos, en el silencio de la noche plateada, la luna
que desdibuja la angustia de amar los imposibles,
amores tempestuosos, amores sensitivos...
como aves migratorias que huyen por las dunas
entre arenas blancas, mojadas por el agua marmórea.
Y sigo solitaria. Un suave mediodía de penas inconclusas.
Se oye el canto bravío del mar contra las rocas.
Un mundo desdeñoso de oleaje y de espuma
envuelve con arena mi pobre pie desnudo.
No encuentro la salida en este laberinto.
Los espejos de nuevo me muestran la mirada
de un amor que en su escaso entregar se desvanece.
Me detengo  silenciosa e ingrávida,  frente a un nuevo abismo,
Estoy sola en la noche, abrazada a mis penas
y vuelvo la mirada buscando las estrellas.
La luna se refleja con toda su belleza y unos ojos curiosos
observan mi tristeza.
 

BUSCANDO INSPIRACIÓN

 
EN BTASILIA JUNTO A UN AUTO DE COLECCIÓN. ME INSPIRA PARA CUENTOS O NARRACIONES.

EN EGIPTO, UN PASO POR EL CAMINO RUMBO A LA BIBLIOTECA DE ALEJANDRIA. SENTÍ QUE VIVÍA EN EL PASADO.

MUY ENTRETENIDA EN LA HABITACIÓN QUE HAN RECONSTRUÍDO DE SHERLOCK HOLMES. CON ESE MISTERIOSO MODO DE VER LA VIDA EL INFALIBLE PERSONAJE DESENTRAÑABA TESOROS LITERARIOS.

JUEGO PERDIDO


"Desde aquel día, no he movido las piezas en el tablero"


                        La pequeña Lorena estaba apoyada en la balaustrada del  jardín con su blanco rostro cerúleo con su leucemia que avanzaba como una artera asaltante de alegrías y esperanzas juveniles. Descalza sobre el prado, junto a la fuente que con su cascada  atrevida de frescura y los trinos gozosos de aves que se acercaban a sus pálidas manos donde reposaban semillas milagrosas de fiesta en primavera, se apoyó y observó su cabello, en realidad el reflejo de su cabeza calva le devolvió su realidad. ¡Había perdido su preciosa cabellera color rojiza y de suaves hondas! La quimioterapia  se adueña de las más profundas posesiones celulares y...mata. Yo la miraba desde mi escritorio y me deshacía en lágrimas y dolor pero apenas elevó su mirada, yo sonriendo escondí mi amargura y la llamé para que regresara y jugáramos una partida de ajedrez.

            Ese invierno fue cruel por lo frío y ladrón. Ella partió y aunque acepto la terrible prueba...

                                   "Desde aquel día, no he movido las piezas del tablero", es como si ella a través del tiempo siguiera jugando conmigo. Tal vez ella es un espíritu libre que juega entre las sombras y yo no la pueda ver.

UNVIAJE EXTRAÑO AL PASADO


LA BERLINA

 

No desciendas. No ensucies tu botita en el lodo del camino. Ha cesado la nieve y ya no llueve. El perfume del bosque envuelve totalmente el aire. Resopla el “Lunarejo” que trota y cerca lo sigue un perro como la sombra de un amado que ha perdido el rumbo.

Desde el claro se ve la vieja hacienda, la casa desmantelada por el tiempo. Todos huyeron el día que llegaron los “mandingas” con su afilada pica y espada bañada en la sangre de los pobres campesinos.

No te vuelvas. El regreso será duro. Ya no queda nada. No hay fuego, ni fogón y graznan los pájaros de plumas negras tinta en sangre. Quemaron las cortinas y muebles de madera para calentarse en las frías noches invernales. Ves, muchacha, allí las cruces son como naipes en desfile de ejércitos dormidos.

La volanta aun sirve para el regreso. No debe importarte el espejo que buscas ni la fútil belleza del retrato. Si miras en lo alto, allí donde jugabas con tu hermano Virkus, hay un ligero movimiento humano. Tal vez encuentres a Luana, tu nana. El dogo ladra con insistencia feroz. Te bajas y echas a correr en el camino helado. Caes una y cien veces, pero sigues ansiosa hasta la inexistente puerta de la casa. Retumban tus llamados. Gritan las aves que vuelan hacia el bosque y de la dañada escalera un Yerko irreconocible viene a tus brazos. Herido por los necios, hambriento y solo. Es un espectro de lo que fue un muchacho hermoso, alegre y risueño. Te toma de la mano y te invita a que lo sigas. En la elevada mansarda habita. El aire que respira es pútrido e indigno. Ese es tu hermano amado, por él dejaste tu mundo, tu bella vida. El amor.

La volanta espera escapen juntos. Virkus se despide. Se queda entre las ruinas. Debe cuidar la casa, sus fantasmas y el famoso retrato que sajado mil veces cubre la pared del salón. Allí, está la pintura de la familia entera. Tu madre, tu padre con su levita y los cinco hermanos con “Salvaje” el perro que junto a Luana protegía a los niños.

El sol resplandece y Frisha comprende que era sólo una fantasía de su alma expectante. Todo está muerto. ¿Y ella?

lunes, 22 de agosto de 2016

NIEVA EN LA DACHA- parte 2


La casa perdió la pujanza de los brazos del muchacho que con treinta años había logrado formar un hogar. Svetlana sabía lo que era perder al hombre, ella despidió a su esposo cuando fue a la guerra y nunca volvió. Una breve nota que trajo el comisario le anotició su muerte en combate.

Ambas mujeres no bajaron los brazos y lucharon para seguir adelante. Natasha, había quedado embarazada y así nació la pequeña Anusha. Nunca conoció a su padre, pero la vieja le hizo conocer a ese hijo que se llevó la nieve.

Yerko creció con las habilidades de un bravo campesino. Hachaba los enormes troncos, agregaba alimento a las vacas y ovejas y aprendió a montar. La vida no era fácil, pero con parquedad y alegría vendiendo lana y leche, quesos y mantas que tejían al telar las mujeres salieron adelante.

-          ¿Yerko, quieres comer un pan recién horneado y tocino?- le invitaba la anciana cada mañana antes que saliera a realizar las duras tareas de la dacha.

-          ¡Ni loco como eso, si no le agregas unos buenos huevos revueltos!- y reían porque la abuela guiñaba a la madre sabiendo que ya estaban en el plato.

-          ¿Y yo?- Nada para mí, claro el señor de la casa es el mimado de las dos.

-          Vamos que perderás esa cintura de abeja reina y no te casarás jamás, decían riendo a coro los tres.

-          No me interesa. Además con quién creen que viviendo acá me voy a casar.

-          Ya te llevaremos a la ciudad, o a la aldea. Allí conocerás a un hermoso “príncipe” que te abrazará y pedirá tu mano- se burlaba Yerko.

-          Me conformo con un campesino que sea como tú. Trabajador y bueno.

-          ¡Ja , ja, ja, qué crees que hay dos como tu hermano? – y así pasaban las semanas.

Llegó el invierno y Natasha salió en busca de un médico para Svetlana, que tenía una tos copiosa y dura. Cuando regresó la anciana deliraba y costaba hacerle comer o beber. Lucharon contra el frío y la edad. Sólo la esperanza de ver a los nietos formando una familia, logró sacar adelante a la abuela.

Pasaron cuatro años y ya al límite, Svetlana cerró su corazón para acompañar al viejo soldado. Yerko y Anusha, lloraron copiosamente, Natasha de la mano de su suegra, despidió a Igor para siempre. Juntos cuidarían de la pequeña familia. En el templo, donde se despedía a la abuela, Anusha conoció a un vecino que le trastornó el corazón y supo que la anciana se lo había mandado para que fuera su compañero.

Yerko, se quedó un tiempo con la madre. Cuando lo buscaron para ir a la guerra, Natasha, lo escondió en el bosque. No quiso repetir la historia de la suegra. Ahora, después de las nevadas, lo envió a la aldea, a la feria para que buscara una campesina que quisiera casarse con él. ¿Y vaya si la encontró! Una robusta y exuberante muchacha que lo amó hasta que fueron ancianos.

NO PASA NUNCA


NO PASA NUNCA …

No pasa nunca la temporada del infierno

ni el mal tiempo perdido

ni el acoso de la tormenta del dolor. No pasa.

 

Por eso me detengo y me pregunto cómo será estar esparcido

en el terrón perfumado de las sombras,

cómo será encontrarse entre las borrosas tinieblas el rostro

descarnado del único amor de adolescente. O fueron sólo patrañas

que reflejaban una estela de luces sin brillo

algo inexistente. Olvidos esperados.

 

No pasa el tiempo en mis noches insomnes

replegando las alas de un arcángel que me mira sorprendido

por la inocente esperanza de lo inasible.

No pasa el viento, sopla arrastrando en constancia eficaz

la marejada de desprecio por la vida que soñé y no tuve.

 

Acaso veré las notas perdidas de un Aleluya de Haendel

o los nueve compases de la Coral de la Novena que flotan

indefinidamente en la nada y existen acordes de mi voz perdida.

Esto es una temporada interminable del infierno,

con  voces que me integran, me inundan y el olvido

acechando el final sin aplausos de la vida.

 

Cayó el telón. Voy caminando lentamente por el pasillo oscuro

y al final las sombras animan al silencio. Atrás se oyen todavía

algunos aplausos apagados. Algunos vivas, voces huecas. Olvido sólo olvido.

MUJERES QUE BAILAN CON SU ROPA TÍPICA

EN CUBA, UNA BAILARINA DANDO UN HERMOSO ESPECTÁCULO DE LA HABANA MODERNA. CON SU COMPAÑERO BAILAN UN RITMO ACTUAL.
 
 
UNA BAILARINA GRIEGA, CON SU TRAJE TÍPICO Y DANZANDO LA MÚSICA DE LA ISLA.


CON LOS TEMBLEQUES LA DOS DAMAS QUE BAILAN EN LA CASA DE LA GOBERNACIÓN. LLEVAN EL TRAJE TÍPICO QUE USABAN LAS DAMAS DE PANAMÁ ANTIGUA.

EL SOL SE ESCONDE TRAS LOS ANDES.


 

LLUVIA EN LA TARDE.

           

            Es necesario estar allí, en el silencio del atardecer. Las aves rumorosas que chillan sus chismes con el plumaje abierto al rocío, el sol gime con el color azul-índigo que roba al poniente y la compañera soledad, se acicala para cubrirme con su misterio. Me molestan los insectos que ronronean en mis oídos y me pican histéricos la piel, hasta hacerme brotar enormes bultitos rojos que rasguño hasta sangrar. Mi barca, se sacude suavemente en las ondas bermejas, azules y violetas del lago. Un fuego insolente se desplaza ágil en el horizonte, convirtiendo el verde en un matorral ígneo. Leo en la carta mil veces desplegada y cuya tinta se desdibuja en el papel. Una y otra vez, leo.

            Recuerdo el día que te fuiste. Tu alejarte fue un hecho disparatado, ilógico. Pero cierto. Egoísta pero feraz, ya que me hizo crecer este delirio que bailotea en mi estómago. Te extraño. Y temo pensar en un amor imposible entre el tiempo y la última despedida en que quisiste besarme y yo huí, como una pequeña gacela asustada frente al cazador astuto. Me parece aun sentir tus labios tibios sobre mis labios. Y una mano que pretendía asirme. Escapé a tiempo, no se si pudiera resistirme después de tanta soledad. Eres un sueño. Inalcanzable, como esas nubes que van cubriendo el cielo. Lágrimas finas que se dejan caer sobre mis senos olvidados. Sobre mi brazo inerte con el papel mojado por la tenue lluvia en esta tarde en que te digo adiós, definitivamente. Adiós.

            Despedirse de un amigo intangible es como correr hacia el olvido. Tu muerte prematura se despliega frente a mi y soy una pequeña presa asustada por el miedo a no saber si alguien,  un ser especial como tú, me ama como decías amarme. Yo sabía que no era cierto, pero en mi profundo e íntimo dolor, soñé, algunas veces, que eras el amante perdido. ¿Quién me mirará desde los confines con la mirada sedienta? Cada noche más solitaria y confusa. Y en este tiempo de vendimia, cuando ya caen las hojas enrojecidas de la viña, caminaré descalza por la tierra buscando un grano vital, ese que se transforme en jugo posible de vino nuevo. El vino que bebiéramos en aquel mar arrogante junto al cielo. Ahora llueve. Es el atardecer y llueve. Navegaré hacia la otra orilla. Donde habré dejado olvidado mi inquietud, y ruego, que vueles con los pájaros hacia el infinito. No me esperes, nunca iré a tu encuentro. Ya no soy esa niña que otrora cedió su mano para tocar tu piel y tu sonrisa. Llueve en la tarde y es el olvido inevitable para seguir viviendo. Otoño, qué tiempo para partir sin destino conocido. Oro y cobre. Ese el tiempo en que te has ido. Cuidaré tu nombre, lo ataré con cordeles a los álamos

inertes. Será un estandarte al viento, cabalgando las cimas de las montañas, capitaneando las cabalgaduras en la estepa sombría, así será tu nombre. Un pañuelo agitado al sol. Un adiós sin quebranto. Un beso sin destino. Aire. Y tu cuerpo, efímero compañero; encarnadura de estirpe sometida, estará ahuecada en la ladera de la tierra. Será vid y tan pronto revivirá en vino nuevo. Otro otoño distante en el recuerdo.

            Llueve sobre mi barca sedienta de silencio. Canta un pájaro y vuela. Se pierde en la oscuridad y ya es noche. Sin luna y sin estrellas. Noche, sólo noche.    

 

NIEVA EN LA DACHA- parte 1


NIEVA EN LA DACHA

La nieve caía lenta y pregonaba un día levemente más benigno. Dejó de nevar y el sol se abrió solapado entre las nubes grises. Brillaba el suelo con un albo tan extremo que no podía mirar hacia el huerto. Una rama se desgajó con el peso de la nieve y cayó creando un caos ruidoso y móvil. Una malla de blancura hermosa voló por su derredor. Luego, comenzaron a caer trozos de nevazón tal que se fue acumulando alrededor de ciertos lugares.

Svetlana caminó sobre la breve alfombra y observó el camino. No podía ver el recodo por donde tenía que aparecer el caballo de Igor. Hacía una semana que salió a buscar a Natasha en la estación del norte.

Se sentó y siguió tejiendo. Cesó el ruido de caída de nieve. El viento se convirtió en una brisa apenas y breve calentaron los rayos solares. Pasó un tiempo huidizo y el samovar se enfriaba cuando sintió los cascabeles del noble “Tizón” por la huella del camino. Su sonido familiar trajo un grato cambio. Con Igor había seguridad y confianza ante los imprevistos.

La anciana acercó dos tazas de té caliente y revolvió el brasero bajo la mesa. Puso pequeños carboncillos en el samovar y agregó agua fresca para hacer más de ese delicioso té que trajera Natasha en su viaje anterior. Al ingresar en la casa un aire helado convirtió el ambiente en una escasa bendición. Luego se entibió y sacándose las capas y gorros, guantes y mantas, hablaron sobre el viaje y el trayecto, las novedades la ciudad y aconteceres de algunos vecinos y amigos.

Igor aseguró que la joven esposa esperaba un hijo. Que llegaría en verano y que estaba orgulloso de la fortaleza de la muchacha para afrontar ese viaje con el gélido invierno.

La figura de Natasha se deformaba con la presteza en que se derretía la nieve y aparecían los narcisos y comenzaban a verdecer los árboles.

Una madrugada de febrero nació Yerko. Era un bebé robusto que berreaba a todo pulmón para alegría de la abuela y padres. El cabello cubría todo con un estallido color rojizo y los ojos parecían las aguas calmas del lago, azul oscuro. Brillantes y profundos cuando se posaban en algo o alguien. Se alimentaba con desenvoltura y pasión. Era sano.

Fue creciendo con el amor de la abuela que disfrutaba de cuidarlo y enseñarle a vivir. Las historias fluían de su memoria hacia los ancestros y la mágica perspectiva de viejos cuentos de  su tierra.

La primera navidad fue extraña, el frío impidió a Igor salir en busca de alimentos para aliviar el clima gélido. La nieve tapaba ventanas y puertas, que enorme esfuerzo apaleaba cada mañana junto a su mujer. En un cobertizo “tizón” junto a las ovejas y a dos vacas, se entregaban un aliento vigoroso y vital. Poca pitanza quedaba y así Igor tentó ir a la aldea cercana a buscar  lo que escaseaba. Pasaban las horas y no regresó. Dos días después llegó Ivan, un aldeano con el hombre enfermo. La fiebre devoraba su natural fortaleza. Nada se pudo hacer en ese lugar lejano y duro.