La casa
perdió la pujanza de los brazos del muchacho que con treinta años había logrado
formar un hogar. Svetlana sabía lo que era perder al hombre, ella despidió a su
esposo cuando fue a la guerra y nunca volvió. Una breve nota que trajo el
comisario le anotició su muerte en combate.
Ambas
mujeres no bajaron los brazos y lucharon para seguir adelante. Natasha, había
quedado embarazada y así nació la pequeña Anusha. Nunca conoció a su padre,
pero la vieja le hizo conocer a ese hijo que se llevó la nieve.
Yerko
creció con las habilidades de un bravo campesino. Hachaba los enormes troncos,
agregaba alimento a las vacas y ovejas y aprendió a montar. La vida no era
fácil, pero con parquedad y alegría vendiendo lana y leche, quesos y mantas que
tejían al telar las mujeres salieron adelante.
-
¿Yerko,
quieres comer un pan recién horneado y tocino?- le invitaba la anciana cada
mañana antes que saliera a realizar las duras tareas de la dacha.
-
¡Ni
loco como eso, si no le agregas unos buenos huevos revueltos!- y reían porque
la abuela guiñaba a la madre sabiendo que ya estaban en el plato.
-
¿Y
yo?- Nada para mí, claro el señor de la casa es el mimado de las dos.
-
Vamos
que perderás esa cintura de abeja reina y no te casarás jamás, decían riendo a
coro los tres.
-
No
me interesa. Además con quién creen que viviendo acá me voy a casar.
-
Ya
te llevaremos a la ciudad, o a la aldea. Allí conocerás a un hermoso “príncipe”
que te abrazará y pedirá tu mano- se burlaba Yerko.
-
Me
conformo con un campesino que sea como tú. Trabajador y bueno.
-
¡Ja
, ja, ja, qué crees que hay dos como tu hermano? – y así pasaban las semanas.
Llegó el invierno y Natasha salió en busca de
un médico para Svetlana, que tenía una tos copiosa y dura. Cuando regresó la
anciana deliraba y costaba hacerle comer o beber. Lucharon contra el frío y la
edad. Sólo la esperanza de ver a los nietos formando una familia, logró sacar
adelante a la abuela.
Pasaron cuatro años y ya al límite, Svetlana
cerró su corazón para acompañar al viejo soldado. Yerko y Anusha, lloraron
copiosamente, Natasha de la mano de su suegra, despidió a Igor para siempre.
Juntos cuidarían de la pequeña familia. En el templo, donde se despedía a la
abuela, Anusha conoció a un vecino que le trastornó el corazón y supo que la
anciana se lo había mandado para que fuera su compañero.
Yerko, se quedó un tiempo con la madre. Cuando
lo buscaron para ir a la guerra, Natasha, lo escondió en el bosque. No quiso
repetir la historia de la suegra. Ahora, después de las nevadas, lo envió a la
aldea, a la feria para que buscara una campesina que quisiera casarse con él.
¿Y vaya si la encontró! Una robusta y exuberante muchacha que lo amó hasta que
fueron ancianos.