jueves, 28 de noviembre de 2024

ATREVIMIENTO

 

 

"Si el hombre vive, es porque cree en algo" León Tolstoi.

Cuando nació, todos se retiraron sorprendidos. ¡Si el médico dijo que iba a ser un muchacho! Nació niña, muy blanca y con una pelusa rubia que enmarcaba las mejillas regordetas. La llamaron María del Pilar. Era hija de una pareja de más de cuarenta años, casi un milagro. Pusieron tanto empeño en educarla que era el ejemplo del barrio. Esa pequeña calle, casi un pasaje del interior de un barrio obrero, donde no había más que trabajo e ilusiones.

Creció haciendo de su pequeñez un hermoso corolario de actividades: canto, danza, costura, recitación, cocina y cuidaba del jardín como nadie en las cercanías. Era un verdadero Edén. Cada año, además de la escuela donde concurrían todos los chicos y chicas del barrio, ella traía un certificado de tareas diversas. El profesor de gimnasia, que era alemán y muy atlético, vio algo diferente en la niña y habló con los padres: "Tiene que trabajar esas habilidades", es una verdadera joya sin pulir. ¡Atleta nata!

Ala discordia la puso el tío Alfredo. ¿Cómo una mujer va a ser atleta? ¿La mujeres para la casa y para cuidar la familia y al esposo y a los hijos… qué tanto gimnasio? Pero la abuela Ursulina dio la palabra final: La María del Pilar será lo que tiene que ser, una atleta. Punto. Nadie, pudo decir nada más.

Así pasaban los meses, los años y llegó a la pubertad. Ya había ganado muchas medallas, muchas copas y diplomas de todo tipo. La abuela la acompañaba a cada ciudad, pueblo o club, donde la muchacha, superaba a sus compañeros de tiro al disco, a correr cien, doscientos y trescientos metros; según pasaban los ciclos y cumplía las etapas según su edad. ¡Era tan linda, que los compañeros le decían muchos piropos!, pero ella era criada con valores de personas mayores.

Una mañana muy temprano, el profesor Kurt Clinger llegó a la casa de María del Pilar. Los padres y la abuela lo recibieron sorprendidos. Estaban expectantes. Vengo a preguntar, mi pupila, María está nominada para ir a los juegos olímpicos en Europa. Tienen que hacer sus papeles y preparar toda esta lista de elementos para representar a la argentina en Oslo. ¡La sorpresa los dejó mudos! El padre le pidió un tiempo para hablarlo con calma. Él profesor salió con la triste idea que no la iban a dejar. Y así fue. La respuesta fue un No rotundo.

Tenía dieciocho años, era hermosa, pero… nadie podía acompañarla y Europa estaba muy lejos y ellos, no podían permitirse gastos tan altos. María del Pilar lloró tres días, pero aceptó su destino.

Esa parte de su vida quedó en el recuerdo. En su lugar fue una joven de la capital federal, que trajo una medalla de plata. Si iba María, seguro, traía una de oro. Y el Honor para la patria. No tuvo el atrevimiento de hacer lo que amaba, atletismo.

Pasaron los años y se dedicó a lo que dijo el tío: cuidar de los padres, ayudar y enterrar a sus abuelos y ancianos de la familia y trabajar en una empresa de laboratorios médicos, donde conoció a Jorge. Como amigos llegaron a cumplir veinte años compartiendo trabajo, cenas laborales, paseos de la empresa, congresos de laboratorios, etc. Un día él, Jorge la invitó a almorzar y la llevó a conocer a sus padres y hermanos. Allí le pidió casamiento y en pocos meses en una pequeña ceremonia se casaron. Ella tenía cuarenta y ocho años y él, cincuenta. Vivieron felices, pero algo empañaba su vida, por la edad no pudieron tener hijos. Se conformaban con compartir con los sobrinos todos los acontecimientos novedosos: circos, cabalgatas, vacaciones y un sin fin de actividades. Una noche, después de cenar y bailar varios tangos con el tocadiscos de la casa, Jorge, se sintió mal. Se acomodó en la cama y tomado de la mano de María del Pilar, pasó al sueño eterno. Fue una tristeza infinita. Pero la vida siguió.

Los años pasaron y hoy desde la ventana de un geriátrico observa a los pájaros que vuelan buscando a esa María del Pilar que cada mañana les daba de comer en la ventana.

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