"Si el hombre vive, es porque cree en algo" León Tolstoi.
Cuando nació,
todos se retiraron sorprendidos. ¡Si el médico dijo que iba a ser un muchacho!
Nació niña, muy blanca y con una pelusa rubia que enmarcaba las mejillas
regordetas. La llamaron María del Pilar. Era hija de una pareja de más de
cuarenta años, casi un milagro. Pusieron tanto empeño en educarla que era el
ejemplo del barrio. Esa pequeña calle, casi un pasaje del interior de un barrio
obrero, donde no había más que trabajo e ilusiones.
Creció haciendo
de su pequeñez un hermoso corolario de actividades: canto, danza, costura,
recitación, cocina y cuidaba del jardín como nadie en las cercanías. Era un
verdadero Edén. Cada año, además de la escuela donde concurrían todos los chicos
y chicas del barrio, ella traía un certificado de tareas diversas. El profesor
de gimnasia, que era alemán y muy atlético, vio algo diferente en la niña y
habló con los padres: "Tiene que trabajar esas habilidades", es una
verdadera joya sin pulir. ¡Atleta nata!
Ala discordia la
puso el tío Alfredo. ¿Cómo una mujer va a ser atleta? ¿La mujeres para la casa
y para cuidar la familia y al esposo y a los hijos… qué tanto gimnasio? Pero la
abuela Ursulina dio la palabra final:
Así pasaban los
meses, los años y llegó a la pubertad. Ya había ganado muchas medallas, muchas
copas y diplomas de todo tipo. La abuela la acompañaba a cada ciudad, pueblo o
club, donde la muchacha, superaba a sus compañeros de tiro al disco, a correr
cien, doscientos y trescientos metros; según pasaban los ciclos y cumplía las
etapas según su edad. ¡Era tan linda, que los compañeros le decían muchos
piropos!, pero ella era criada con valores de personas mayores.
Una mañana muy
temprano, el profesor Kurt Clinger llegó a la casa de María del Pilar. Los
padres y la abuela lo recibieron sorprendidos. Estaban expectantes. Vengo a
preguntar, mi pupila, María está nominada para ir a los juegos olímpicos en
Europa. Tienen que hacer sus papeles y preparar toda esta lista de elementos
para representar a la argentina en Oslo. ¡La sorpresa los dejó mudos! El padre
le pidió un tiempo para hablarlo con calma. Él profesor salió con la triste
idea que no la iban a dejar. Y así fue. La respuesta fue un No rotundo.
Tenía dieciocho
años, era hermosa, pero… nadie podía acompañarla y Europa estaba muy lejos y
ellos, no podían permitirse gastos tan altos. María del Pilar lloró tres días,
pero aceptó su destino.
Esa parte de su
vida quedó en el recuerdo. En su lugar fue una joven de la capital federal, que
trajo una medalla de plata. Si iba María, seguro, traía una de oro. Y el Honor
para la patria. No tuvo el atrevimiento de hacer lo que amaba, atletismo.
Pasaron los años
y se dedicó a lo que dijo el tío: cuidar de los padres, ayudar y enterrar a sus
abuelos y ancianos de la familia y trabajar en una empresa de laboratorios
médicos, donde conoció a Jorge. Como amigos llegaron a cumplir veinte años
compartiendo trabajo, cenas laborales, paseos de la empresa, congresos de
laboratorios, etc. Un día él, Jorge la invitó a almorzar y la llevó a conocer a
sus padres y hermanos. Allí le pidió casamiento y en pocos meses en una pequeña
ceremonia se casaron. Ella tenía cuarenta y ocho años y él, cincuenta. Vivieron
felices, pero algo empañaba su vida, por la edad no pudieron tener hijos. Se
conformaban con compartir con los sobrinos todos los acontecimientos novedosos:
circos, cabalgatas, vacaciones y un sin fin de actividades. Una noche, después
de cenar y bailar varios tangos con el tocadiscos de la casa, Jorge, se sintió
mal. Se acomodó en la cama y tomado de la mano de María del Pilar, pasó al
sueño eterno. Fue una tristeza infinita. Pero la vida siguió.
Los años pasaron
y hoy desde la ventana de un geriátrico observa a los pájaros que vuelan
buscando a esa María del Pilar que cada mañana les daba de comer en la ventana.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario