lunes, 25 de noviembre de 2024

DELFOR, EL ORGANISTA


 

                        El día es muy corto para ser egoísta, una vida no alcanza para destruir a una mujer.

 

            ¡María Luisa, baja ya de esa escalera y ponte a limpiar la ropa de tu hermano! ¡María Luisa, sal del baño y apúrate que tienes que cepillar los botines de tu hermano! Y los papeles del escritorio y los libros que dejaba mi hermano por cualquier lugar y yo, la mayor de todos me tenía que hacer cargo de arreglar los líos que él inventaba. ¡Por eso lo hice!

Una mañana me levanté con ganas de salir al parque... para qué le dije a mi madre. ¡Estás loca! Hoy tenemos que hacer humitas para toda la familia. Vienen los abuelos y las tías de San Silvestre y los primos de Los Moros. Vamos a sacar las cortinas para lavarlas. Y palmetear las alfombras. Muévete hija, que se pasan las horas. Y ahí se quedó otro de mis sueños.

Otra vez, eso hace como dos años, decidí salir a la parroquia del barrio de mis tías. ¡Se armó un trastorno horrible! Delfor tenía que dar un concierto de órgano en la de la ciudad. Yo le tuve que armar las partituras, la ropa y hasta arreglarle el cabello. Así me fui quedando con las ganas de hacer mil cosas. No pude, Delfor me necesitaba cada vez más. Tal vez eso me llevó a hacerlo.

Cuando cumplí los quince años, recuerdo como si fuera hoy, mamá me hizo cumplir una tarea que dejaba bien claro que no me haría ni un pastel, ni un regalo. ¡María Luisa, es normal cumplir años! Y tuve que llevar el traje de Delfor a la tintorería en el tranvía a muchas cuadras de casa. Esperé que lo limpiaran y volver. Llegué a casa, era de noche y además, me retó por llegar tarde a la cena. Ví llegar un automóvil que venía a buscar a mi hermano. Salió con el traje limpio y zapatos nuevos, y apenas me dijo adiós. Luego se volvió y me preguntó si quería ir con él. ¡Tenía que dar un concierto en una catedral en la ciudad! Ni se acordó que era mi cumpleaños.

A veces lloré. Otras, me sentaba en el umbral de la puerta, y veía a las chicas pasar cuando iban al cine o a la plaza. Era costumbre dar la "vuelta del perro", es decir las chicas venían hacia el lado de la vereda y los chicos del lado de la calle en orden contrario. Se miraban las caras y se decían cosas... ¡Nunca pude ir!

Mamá enfermó. Según papá, tenía tisis. ¿Creo que era tuberculosis? Y ¿a quién le tocó remplazarla en todo? Pues para eso, dijo papá, María Luisa es experta en cocina, lavado, planchado y hacer mandados. Y dejé de soñar. Dejé de vivir. Cambiaba las sábanas del lecho de mamá y le daba la comida en la boca, pasó a ser un niño o mi hija. Pero Delfor, seguía yendo a dar conciertos en ciudades y pueblos, en teatros e iglesias.

Una mañana cerró los ojos para siempre mi madre. Papá lloraba en mis brazos, Delfor, sollozaba como un bebé y yo tuve que hacer todos los trámites que se hacen en esas circunstancias. Ya tenía veinte años y era una mujer hecha y derecha, como decían los parientes y vecinos... ¡María Luisa es una mujer extraordinaria! Y entonces un día mi papá no quiso comer más. Se tomaba una botella de ginebra por día hasta que se le paró el corazón. Y ese día, ese mismo día, Delfor trajo a una joven hermosa. La presentó a todo el mundo como su enamorada.

Se llama Olga. Nos casamos en dos meses. Espero que la sepas respetar y querer. Así, me dijo a los pies del cuerpo de papá. Y me quedé paralizada. Esa noche soñé con una idea. Y así fue que unos meses después lo hice.

- Mire, inspector, no me tembló la mano cuando me pidió que le lavara la ropa a la Olga. Que cocinara humitas y pastel de champiñones para Olga, que le pusiera tinte dorado en el cabello a Olga. Olga para acá y Olga para allá. Agarré el cuchillo de la cocina y se lo clavé en medio del órgano que estaba ejecutando mi hermano en ese momento. Y queriendo o sin querer, le atravesé las manos sobre el teclado. Y a Olga, le saqué la sonrisa de un tajo en la boca cuando me gritó hija de puta... ahora puede llevarme donde quiera o deba, ya no podrá tocar más un concierto mi querido hermano Delfor.

  

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