El día es muy corto para ser egoísta, una vida no alcanza para destruir a una mujer.
¡María Luisa, baja ya de esa escalera y ponte a limpiar
la ropa de tu hermano! ¡María Luisa, sal del baño y apúrate que tienes que
cepillar los botines de tu hermano! Y los papeles del escritorio y los libros
que dejaba mi hermano por cualquier lugar y yo, la mayor de todos me tenía que
hacer cargo de arreglar los líos que él inventaba. ¡Por eso lo hice!
Una mañana me levanté con
ganas de salir al parque... para qué le dije a mi madre. ¡Estás loca! Hoy
tenemos que hacer humitas para toda la familia. Vienen los abuelos y las tías
de San Silvestre y los primos de Los Moros. Vamos a sacar las cortinas para
lavarlas. Y palmetear las alfombras. Muévete hija, que se pasan las horas. Y
ahí se quedó otro de mis sueños.
Otra vez, eso hace como dos
años, decidí salir a la parroquia del barrio de mis tías. ¡Se armó un trastorno
horrible! Delfor tenía que dar un concierto de órgano en la de la ciudad. Yo le
tuve que armar las partituras, la ropa y hasta arreglarle el cabello. Así me
fui quedando con las ganas de hacer mil cosas. No pude, Delfor me necesitaba
cada vez más. Tal vez eso me llevó a hacerlo.
Cuando cumplí los quince
años, recuerdo como si fuera hoy, mamá me hizo cumplir una tarea que dejaba
bien claro que no me haría ni un pastel, ni un regalo. ¡María Luisa, es normal
cumplir años! Y tuve que llevar el traje de Delfor a la tintorería en el
tranvía a muchas cuadras de casa. Esperé que lo limpiaran y volver. Llegué a
casa, era de noche y además, me retó por llegar tarde a la cena. Ví llegar un
automóvil que venía a buscar a mi hermano. Salió con el traje limpio y zapatos
nuevos, y apenas me dijo adiós. Luego se volvió y me preguntó si quería ir con
él. ¡Tenía que dar un concierto en una catedral en la ciudad! Ni se acordó que
era mi cumpleaños.
A veces lloré. Otras, me
sentaba en el umbral de la puerta, y veía a las chicas pasar cuando iban al
cine o a la plaza. Era costumbre dar la "vuelta del perro", es decir
las chicas venían hacia el lado de la vereda y los chicos del lado de la calle
en orden contrario. Se miraban las caras y se decían cosas... ¡Nunca pude ir!
Mamá enfermó. Según papá,
tenía tisis. ¿Creo que era tuberculosis? Y ¿a quién le tocó remplazarla en
todo? Pues para eso, dijo papá, María Luisa es experta en cocina, lavado,
planchado y hacer mandados. Y dejé de soñar. Dejé de vivir. Cambiaba las
sábanas del lecho de mamá y le daba la comida en la boca, pasó a ser un niño o
mi hija. Pero Delfor, seguía yendo a dar conciertos en ciudades y pueblos, en
teatros e iglesias.
Una mañana cerró los ojos
para siempre mi madre. Papá lloraba en mis brazos, Delfor, sollozaba como un
bebé y yo tuve que hacer todos los trámites que se hacen en esas circunstancias.
Ya tenía veinte años y era una mujer hecha y derecha, como decían los parientes
y vecinos... ¡María Luisa es una mujer extraordinaria! Y entonces un día mi
papá no quiso comer más. Se tomaba una botella de ginebra por día hasta que se
le paró el corazón. Y ese día, ese mismo día, Delfor trajo a una joven hermosa.
La presentó a todo el mundo como su enamorada.
Se llama Olga. Nos casamos
en dos meses. Espero que la sepas respetar y querer. Así, me dijo a los pies
del cuerpo de papá. Y me quedé paralizada. Esa noche soñé con una idea. Y así
fue que unos meses después lo hice.
- Mire, inspector, no me
tembló la mano cuando me pidió que le lavara la ropa a
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