La aldea era pequeña. El mar ocupaba una importante zona de la isla. Los pescadores arreglaban las redes y los canastos de bambú en sus frágiles barcas y miraban con curiosidad y angustia el mar. A veces solían aflorar enormes olas y el mar se enojaba con ellos. Otras veces escaseaba la pesca. Eso traía hambre a los pocos isleños y a sus familias.
Un día vieron desde lejos un barco. El velero atracó en el pobre muelle. Venía de tierras lejanas desde el oeste.
Los pobladores, rústicos y sencillos, se acercaron para ver lo que podían comprar, a esos raros extranjeros. Especialmente útiles de labranza en metal y calzado fuerte, para los inviernos fríos.
Descendieron hombres de barba negra y hombres de barba roja. Unos vestidos con pantalones anchos y otros con unas túnicas negras apretadas a la cintura desde donde caía una sarta de pequeñas perlas de madera con un trozo de metal en forma de cruz. Hablaban un idioma extraño pero uno de ellos, en especial, abordó a un pescador y con dificultad le dijo que venían de lejos a traerles una noticia. Él tosco muchachón lo entendió apenas, y le indicó la casa del único que podía entender a los extranjeros. Yakura. Era el mensajero del emperador de la isla Grande, el Gran Señor de su tierra.
Bajaron los trastos y canjearon productos con los lugareños los hombres de barbas negras. Los de barbas rojas, caminaron lentamente hasta la sima de la montaña donde estaba la casa de Yakura. Éste los recibió con gran ceremonia. Entendía que no lo mandaba su Señor, sino que eran peregrinos y que querían hablar de un tal Nazareno.
Los acomodó bajo su techo y llamó a Miko, para que les preparara una tina con agua para que se bañaran, tarea ésta que siempre hacían los extranjeros que conocía. Luego les presentó una fuente con pescado cocido y verduras asadas a fuego lento. Bebieron agua de un manantial cercano que bajaba de la cumbre. La montaña era de unos ochocientos metros, pero se notaba que había sido un volcán muerto hacía siglos.
Así se fueron conociendo. Un mes
después uno de los hombres de barba roja se despidió y subiendo al velero
marchó rumbo al ocaso. El hombre de barba roja que quedó, se llamaba: Salvador
de
Con los meses que transcurrió en la
isla, enseñándoles algunas pequeñas industrias o artesanías en metal y madera
fue conquistando a los isleños. Algunos pescadores le desconfiaban y no querían
conocer a ese Nazareno que habían crucificado hacía mil años. A otros les
encantó la historia del niño nacido en Belén y su madre que era muy buena y
odiaron a un tal Judas y amaron a un tal Juan. Así pidieron ser bautizados
algunos pescadores, en especial le traían las mujeres a sus pequeños niños. Un
poco porque les había curado de algunas enfermedades y había enseñado a leer a
otros más grandes en su idioma, cosa prohibida por el Gran señor de
Un día llegó un barco del Señor con soldados que venían enojados preguntando por el hombre de barba roja. Los pescadores cristianaos, se escondieron en el otro lado de la isla, donde había unas cuevas muy por debajo de los acantilados. Pero Yakura no, se presentó y sabiendo que él, lo había protegido esperó la palabra de su Señor.
Apenas se acercó, una espada afilada
le cortó el cuello a él, a Miko y al Jesuita lo encadenaron y lo asaron en una
enorme parrilla de hierro. Luego cortaron su cabeza y la llevaron triunfante
hasta
Dicen que Yakura sabía que vendrían por él. Aún lo nombran y veneran en la pequeña isla de pescadores, donde todos al ver la maldad de su Señor se hicieron amigos del Nazareno Crucificado.
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