Sabía que mi pueblo era parecido a todos los pueblos. Nunca creí que era
un segundo Salem, donde quemaron a las mujeres diciendo que eran brujas.
Una mañana apareció por el pueblo un predicador con un carromato que remedaba un enorme tren. Era un vehículo antiguo, muy cuidado. Sus colores eran férreos en la parte de adelante y más atrás era de muchos colores con flores que decoraban un paraíso desmarriado y falso. Una imagen de Adam y Eva sólo vestidos con hojas de color verde desvaído y una enorme serpiente de color roja que parecía querer comerse a ambos.
Con un alta voz llamaba con tono meloso la atención de los pocos habitantes que transitaban por la calle principal. Algunos parados en los portales o apoyados en las barandillas de los negocios, miraban atónitos.
Mi padre salió de la oficina en la que recibía agobiantes cables
telegráficos que le iban dictando el valor de suba o baja del maíz, la cebada o
el trigo; tropezó con el cajón del escritorio en el apuro y desparramó los
papeles que hora por hora iban llegando de la bolsa de Comercio de
Papá me llamó ahuecando las manos como una bocina. A pesar del ruido su voz me sobresaltó y regresé a au lado. Me zamarreó y colocó su mano, enorme, en el hombro para que yo no me alejara.
El sonido se fue alejando y papá sorprendió a los pocos vecinos que pasaba cerca cuando escucharon su orden:- vete rápido al molino y trae a tu tío Zacarías. Corre- me dijo- lo necesito con urgencia.
Salí corriendo en dirección contraria a la caricatura de tren piadoso. Llegué con la ropa empapada de sudor y polvo. Mi cabello parecía un nido de pájaros desarreglado y enredado. Mi tío Zacarías salió cuando lo llamé y quedó boquiabierto ya que no entendía lo que en el apuro le decía. Me dio a beber un té frío y me volvió a preguntar
Así supo que debía ir al pueblo. Sacó la calesa y subiéndome de un brazo partimos por el camino. Llegamos y ya no se escuchaba el altavoz del casi-tren.
Papá se encerró con Zacarías y luego de unos minutos salió cerrando con llave la oficina. Fueron a la policía. Yo los seguí por temor a estar sola, ya que mi mamá había muerto cuando nací y vivía solo con papá. Al entrar, me dejaron sentada afuera pero siendo tan curiosa los seguí sin que me vieran. Zacarías fue el primero que habló: - Ese hombre que ha llegado al pueblo es un delincuente. Deben arrestarlo, ponerlo entre rejas.
Yo no entendía nada. ¿Cómo sabían ellos quién era el reverendo? Mi papá comenzó a decir que en nueve años atrás llegó a nuestro pueblo y robó a las tres chicas más lindas y buenas del lugar. Se las llevó a la ciudad donde se les perdió el paradero. El comisario escribía con cara de pocos amigos. ¡Y lo peor, es que llegó mi novia embarazada de uno de los secretarios del seudo pastor y cuando nació la niña, falleció!
El horror me paralizó. ¿Era esa la historia de mi madre? Es un truhán, un embaucador y un ladrón, Me imaginé que mi hermoso pueblo iba a ser un nuevo Salem y que en lugar de quemar brujas, iban a quemar un remedo de tren con imágenes del paraíso con Adam y Eva incluidos. Cuando salieron con los policías yo escapé llorando y el tío y papá intuyeron que había escuchado todo.
Cuando fueron a arrestar al forastero se llevaron una enorme sorpresa. El nuevo dueño era un árabe que vendía Biblias pueblo por pueblo y no aquel que se robara a las muchachas. Ahora con setenta años, recuerdo el dolor de quien me crió con amor de padre y cuando subo a un tren, me sonrío recordando aquel episodio.
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