Cuando vio el vehículo por el camino de piedras, se estremeció. Él había caminado de una posta a otra con botas de cuero hechas por su madre. Los pies doloridos y sangrantes. Una nube de polvo lo cubrió y sintió que las piernas ya no le respondían. Se tiró a un costado de la senda cerca del camino. El sol abrasador caía a pleno sobre las rústicas piedras que fueron en la antigüedad vivienda de campesinos pobres. El motor y el vapor tremolaban en la distancia bajo un manto de tierra y pequeños guijarros que servían de sostén a la tierra. Sintió el murmullo de un arroyo cercano. Descansó unos minutos y se dispuso a acercarse al agua y beber.
Caminó un corto trecho y se detuvo. Allí se encontró con un cuerpo desgarrado por las alimañas del lugar. Era un cuerpo humano. Sólo se podía distinguir algunos de sus miembros. Salió disparando. Corrió y sólo se oía el jadeo de su garganta seca.
Llegó a avistar las primeras casas de una población pequeña. Vio la puerta abierta de una casa. Se detuvo con la mano en el pecho que parecía una máquina infernal. Era tan pobre que nunca había visto una vivienda tan prolija y cuidada. Salió una mujer añosa con una herramienta. Amenazante y mal gestada lo increpó. ¡Vete de aquí, forastero, nadie necesita de otro pillo y ladronzuelo; bastante tenemos con el jefe!
El joven apenas podía responder a sus intimidaciones. ¡Madre, no soy pillo ni ladrón, sólo busco al boticario para darle una solución a mi abuela...! Ella está con calenturas y mucha tos desde hace días y le cuesta respirar. ¿Me puede ayudar diciéndome dónde está la botica? Vivimos en Águila Escondida, al este. Eso me dijo la abuela cuando me mandó a buscar ayuda. La vieja cambió de actitud, se desprendió del azadón que le mostrara para amedrentarlo y lo miró de arriba a abajo. Ven, acércate. ¿Cómo te llamas? Gabino, madre, y estoy muy asustado. Por el camino ví un monstruo como de acero y madera que echaba humo y sus ruedas, como de carro, se deslizaban con apuro por la senda. Yo me dejé caer. Me dio sed y al oír el murmullo del agua, fui hacia el arroyo y allí... allí, había un cuerpo muy comido por los lobos o perros o no sé si el demonio lo había destrozado. Pero salí echando pedregullo con mis pies porque el terror me empujaba. ¿Por qué nadie buscó esa persona, si no está tan lejos de aquí?
¡Ay, muchachito estúpido, no sabes nada! El dueño del condado es quien maneja esas vidas. Un error y quedarás igual. Mejor vete. Acá no se puede hablar del dueño. Es el propietario de todo y de todos: campos, casas, animales y de los que vivimos aquí, en Tierra Alta. ¡El Don, no te lo voy a nombrar, te puede meter en la cárcel por el solo hecho de ser desconocido! Ese aparato que viste pasar por el camino es un coche o carro, que él ha traído de una ciudad muy grande y lejana. Se llama automóvil. Y es el único en las tierras de acá al mar. Vete.
¿Y cómo voy a llevar la medicina a mi abuela si no voy a la botica? No me voy a ir así, con las manos en los bolsillos. Traigo unas monedas que me dio la abuela, puedo pagar. ¡No las muestres, acá nadie puede tener dinero, todo es de don Livio! El muy tirano. (Dijo en un murmullo la anciana) te acompañaré, pero te prohíbo hablar una sola palabra. Puedo ser yo la que termine como ese que encontraste en el arroyo.
Gabino, la siguió diligente y sobrio. En silencio caminaron por las calles más desiertas que nunca viera. Nadie andaba por las callejuelas que encaraba la matrona. Él, sacaba de entre sus prendas, las pocas monedas que traía, cuando una mano áspera y nudosa lo atrapó. Era un gigante de fiera mirada. Lo escrutaba con insidia. Se dirigió a la vieja. ¿Y éste, quién es? ¿Por qué tiene dinero?
La vieja temblando masculló... es mi ahijado de Águila Escondida; viene a la botica por un remedio para su abuela. No es de esta zona y ya se vuelve a su campo. El tipejo, lo soltó dándole un golpe en la cabeza como una palmada fuerte. Que se vaya. ¡Acá no queremos indiscretos que anden hablando mentiras por ahí! Sí, compra la medicina y parte corriendo para curar las fiebres de su abuela, mi comadre. Mintió como la mejor, la anciana. El miedo a don Livio es el freno a cualquier descuido. La botica era oscura y lúgubre. Un viejecito de abdomen abultado, gafas de vidrios gruesos y bastón, salió tras una cortina ruinosa que fuera en algún tiempo color violeta. Habló dos palabras con la anciana. Gabino supo que se llamaba Joaquina y era pariente del herbolario. Le entregó un brebaje y el niño sacó dos monedas, que recibió apurado y escondió súbitamente en un enorme frasco con polvos medicinales. El Patrón, don Livio no debía saber que había recibido dinero. Se lo quitaría al instante uno de sus capataces.
Gabino agradeció, besó la mano de ambos y salió corriendo por una senda oscura, para dejar lejos los ojos de cualquier persona. A la distancia vio pasar el móvil dejando un asqueroso olor a excremento, un humo ácido y penetrante que invadió el follaje del atajo. Por allí, los ancianos caerían por su culpa en manos del tirano.
Ya era noche adelantada cuando Gabino llegó a su casona. Entregó la medicina y relató a su familia la aventura que le tocó vivir. ¡Gracias al Altísimo, no había en Águila Escondida un Tirano!
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