1—
Martina
mañana tenemos que ir a la casa de la abuela Lina. Fíjate que el vestido de
plumetí celeste esté impecable. Los zapatos de charol de tu hermana Guillermina
están a mano y trae el peine, yo mientras tanto armo la valija.
El tren
parte de Lomita a las nueve. Estaremos en la estación a las ocho. Y deja de
comer ese merengue, que te pondrás redonda. Aprende de Guillermina, tan
cuidadosa con su cuerpo, su cabello y sus modales. Tienes que imitarla y ser
como ella.
¿Ya está
lista tu habitación? ¡Martina podría estar mejor! Pero estamos apuradas, niñas recuerden: ¡No
pregunten y está prohibido ir a la habitación del fondo, la que está con un
candado, bien cerrada. ¡Ni se les ocurra acercarse o hablar a los abuelos porqué
o qué hay en esa pieza del candado!
2---
El tren me produce sueño, a Guillermina la
descompone y vomita; yo la cubro de mamá y papá. Ella, mamá, se pondría como
loca de nervios si se ensucia el vestido. Yo la arrastro al baño y la limpio.
Guillermina se manchó un poco, la lavo y la vuelvo a peinar, con el moño de la
trenza, lucho un rato y me queda perfecto. Mamá se preocupa y viene a
buscarnos, yo me hago la tonta como siempre. Mamá cree que las cosas que hace
mi hermana son perfectas y todo lo que
hago son torpezas. Llevo el cabello suelto y el flequillo desflecado, hecho
hilachas. Pero no vomito y amo ir en tren por el camino que se entrecruza con
la carretera y el ferrocarril, miro el paisaje y adoro reconocer los animales y
árboles. No digo nada, total soy “la tonta” ¡Soy más machota, como dicen los de
mi familia.
Descubrimos que en una estación
entraron al tren muchos soldados. Su risa me estremece. Son los que van al
desfile de mañana a la capital. Nosotros seguimos hasta un pueblo cercano.
Nuestra familia en las fiestas
patrias como la de mañana, se juntan en la casa de los abuelos, como si fuera
un cabildo abierto. Mañana es 25 de Mayo. Ja, ja, ja… la tía Gloria dice que
hay que ser ¡Bien patriotas! Pienso que son tonteras, pero tengo apenas once
años y conozco poco de historia. Lo de la escuela, no más. Y no me tienen en
cuenta para nada. Recién paró el tren y se bajaron los soldados. Ahora hay
silencio y mal olor. ¿Se bañarán? Guillermina, vamos a sentarnos allí y
juguemos a “Piedra, papel y tijera” ¡Dale!
3___
Cuando
llegamos a la casona de los abuelos, nos recibió la tía Josefina. Nos dio un
abrazo que casi nos ahoga. Cuando vino el resto de la familia que yo conté en treinta, todos hablaban al
mismo tiempo. En una mesa bajo los jazmines, había platos con empanadas, pollo
en trozos que habían asado el tío Jorge y Lucio. Parecían payasos, colorados
por el calor de la parrilla.
Los chicos
comimos primero. Los grandes ya comenzaban a discutir de fútbol, política y
otros murmullos que no alcancé a oír. Tomaban un vino que se veía sabroso. Hoy
se que era Vermouth y comían salame, mortadela y queso cortado, pero parecían
una enorme boca insaciable. Después no mandaron a jugar. Unos primos jugaban a
la “payana”, otros a las “Canicas” y las chicas “a la mancha venenosa”.
Mi hermana
me tomó de la mano y me llevó a la ¡habitación prohibida!
¡Lo
prohibido es lo que más atrae! El candado… estaba abierto y miramos para todos
lados, no había nadie detrás de nosotros. Nadie nos veía. En punta de pié
llegamos cerca y nos escondimos tras las macetas con helechos de la abuela. No
venía nadie y entonces… ¡qué emoción! Abrimos la puerta apenas, un aire helado
y húmedo nos hizo echar atrás. Yo más atrevida, comencé a mirar con descaro lo
que había. Estábamos medio cegadas por la luz de afuera y la penumbra. De
pronto una mano helada se prendió de mi brazo y comenzó a gruñir. ¡Pegué un
grito!
Un ser
deforme gesticulaba y babeaba tratando de retenerme. Entró como una tromba mi
abuela. Me tomó del pelo y por primera vez, me pegó una cachetada. Yo lloraba y
gritaba, más por el susto que por el dolor. Guillermina ya estaba en brazos de
mamá. Muda, y temblorosa salí corriendo y ligué de nuevo con papá.
4---
La casa era
un horror, todos vinieron y así descubrieron que allí habitaba un hermano de mi
papá, que todos creían muerto al nacer. Era enfermo. Escuché las palabras:
“parálisis cerebral” y lo tenían oculto con vergüenza del famoso ¡Qué dirán!
Las mujeres
lloraban, los hombres comenzaron a discutir; habían descubierto “El Secreto”.
Se llamaba Franco y el niño era un muchacho parecido a un fantasma, ya que
nunca tomó sol y caminó o jugó en el patio o fue a una escuela… ¡Yo estaba
desesperada! Ahora con cuarenta y ocho años, veo como se cuida y ayuda a los
niños que nacen discapacitados y doy gracias a Dios y a la Vida que Franco fuera
descubierto. Murió un tiempo después, pero gracias a nosotras, conoció la luz
del sol, el aire puro y el amor de algunos primos que nos apiadamos de él.
Regresamos a casa en el
tren anterior al que habían dicho y la penitencia nos duró hasta mucho tiempo
después, pero me enseñó a no tener “prejuicios” y a tener compasión con los
débiles. Guillermina, tal vez por ese suceso estudió para ser especialista en
recuperación de chiquitos y no tanto
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