Xenia:
ella era tan perseverante, que a pesar del peligro, se calzó las botas largas,
una vez más.
Miró hacia la
montaña y reconoció que la tormenta se avecinaba, perturbada tomó su poncho mapuche, ese que la
acompañaba desde que Horacio había partido la primera vez hacia la frontera.
Negros nubarrones cargados de nieve pesaban en las laderas. Bajaban los grises
sobre los riscos.
Comió un buen trozo de pastel, un trago de
cognac y se enfundó la mochila a modo de refuerzo, llena de jamón, queso de cabra
y agua, para llevarle apoyo al hombre. Él, la esperaría en el viejo puente
junto a los abrevaderos. Las llamas y las guanacas estaban en tiempo de
parición y no podían dejarse solas. El comprador europeo, llegaría en verano
para pasada la esquila, llevarse los vellones de mejor calidad a Milán.
El año anterior, habían sacado un muy buen
precio y las colecciones de moda en Italia, se regocijaban con la novedad de
esa lana fina y natural americana. La tormenta, con sus ráfagas de viento
helado, la tiraba sobre la agresiva senda. Siguió un trecho pero un tapiz de
nieve se iba acumulando. El frío le impedía continuar. Decidió regresar a la
cabaña. Horacio la estaría esperando ansioso. Era imprescindible que se
abrigara. El calor de la chimenea era una fuerte tentación. Pero... debía
volver a salir hacia ese destino previsto.
Ella era tan perseverante, que a pesar del
peligro, se calzó las botas largas, una vez más.
- “Esta vez lo haré sin mezclar las
pasas con el alcohol”- dijo la cocinera mordiéndose el labio y miró por la
ventana hacia el jazminero.
Esta
vez lo haré sin mezclar las pasas con el alcohol” – dijo la cocinera
mordiéndose el labio y miró por la ventana hacia el jazminero. El día jueves
anterior, había encontrado a Amiel debajo de los jazmineros del jardín bajo el
efecto de una terrible borrachera. ¡Esa mujer, su ama, estaba pasando una
terrible depresión! Cuando Javier se fue a
Punta del Este, ella se derrumbó. Cada mañana despertaba con terribles
jaquecas por la bebida, que desparramada en la alfombra, denunciaba su
impotencia.
La vieja cocinera tomó la determinación de
investigar con quién había viajado el hombre. Supo por Fermín, el chofer, que
lo había llamado el gerente de la empresa desde allí, el Uruguay, por un
encuentro con inversionistas chinos, que no querían ingresar al país. Así,
ella, Amiel, pensó que él, había huido con alguna fémina. Hizo unas llamadas
secretas al hotel donde se alojaba su muchacho (ella lo había criado desde
pequeño) y luego de una charla bien clara, se comprometió a hacer lo que debía.
Cada
día, Amiel, buscaba en cada rincón de la casona una botella sin encontrar nada.
Su samaritana, estaba despierta a las necesidades de la joven mujer. No fue
fácil impedir que bebiera. Era una adicta. El socio, Fermín, no malograba el
esfuerzo. Unos días más y llegaría el amante esposo. Era cuestión de resistir.
escribes bonito te he descubierto te dejo un saludo desde el mar desierto
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