viernes, 24 de abril de 2020

XENIA


Xenia: ella era tan perseverante, que a pesar del peligro, se calzó las botas largas, una vez más.

                          Miró hacia la montaña y reconoció que la tormenta se avecinaba,  perturbada tomó su poncho mapuche, ese que la acompañaba desde que Horacio había partido la primera vez hacia la frontera. Negros nubarrones cargados de nieve pesaban en las laderas. Bajaban los grises sobre los riscos.
 Comió un buen trozo de pastel, un trago de cognac y se enfundó la mochila a modo de refuerzo, llena de jamón, queso de cabra y agua, para llevarle apoyo al hombre. Él, la esperaría en el viejo puente junto a los abrevaderos. Las llamas y las guanacas estaban en tiempo de parición y no podían dejarse solas. El comprador europeo, llegaría en verano para pasada la esquila, llevarse los vellones de mejor calidad a Milán.
 El año anterior, habían sacado un muy buen precio y las colecciones de moda en Italia, se regocijaban con la novedad de esa lana fina y natural americana. La tormenta, con sus ráfagas de viento helado, la tiraba sobre la agresiva senda. Siguió un trecho pero un tapiz de nieve se iba acumulando. El frío le impedía continuar. Decidió regresar a la cabaña. Horacio la estaría esperando ansioso. Era imprescindible que se abrigara. El calor de la chimenea era una fuerte tentación. Pero... debía volver a salir hacia ese destino previsto.
 Ella era tan perseverante, que a pesar del peligro, se calzó las botas largas, una vez más.
- “Esta vez lo haré sin mezclar las pasas con el alcohol”- dijo la cocinera mordiéndose el labio y miró por la ventana hacia el jazminero.
 Esta vez lo haré sin mezclar las pasas con el alcohol” – dijo la cocinera mordiéndose el labio y miró por la ventana hacia el jazminero. El día jueves anterior, había encontrado a Amiel debajo de los jazmineros del jardín bajo el efecto de una terrible borrachera. ¡Esa mujer, su ama, estaba pasando una terrible depresión! Cuando Javier se fue a  Punta del Este, ella se derrumbó. Cada mañana despertaba con terribles jaquecas por la bebida, que desparramada en la alfombra, denunciaba su impotencia.
 La vieja cocinera tomó la determinación de investigar con quién había viajado el hombre. Supo por Fermín, el chofer, que lo había llamado el gerente de la empresa desde allí, el Uruguay, por un encuentro con inversionistas chinos, que no querían ingresar al país. Así, ella, Amiel, pensó que él, había huido con alguna fémina. Hizo unas llamadas secretas al hotel donde se alojaba su muchacho (ella lo había criado desde pequeño) y luego de una charla bien clara, se comprometió a hacer lo que debía.
Cada día, Amiel, buscaba en cada rincón de la casona una botella sin encontrar nada. Su samaritana, estaba despierta a las necesidades de la joven mujer. No fue fácil impedir que bebiera. Era una adicta. El socio, Fermín, no malograba el esfuerzo. Unos días más y llegaría el amante esposo. Era cuestión de resistir.

1 comentario: