Detrás de
nuestra luna, inmaculada que ilumina la alcoba,
duerme la
nostalgia del día de los besos entre cielos e infiernos.
Detrás del
solsticio de verano, serena y triunfal, estará la peonía
buscando
los colores del refugio incierto, vagabunda en la noche.
Detrás, el
alivio producido en la carne perfumada de lluvia,
quedará la
herida profunda del silencio. Haremos un santuario.
Allí,
detrás de la hendija que dejó en la conciencia un suspiro,
una brecha
de hielo, una copiosa fuente de vino añejo y ámbar.
Allí, en la
orilla de nuestro ayer alegre, sobre el perfil del muro
donde cayó
la vigilia, amaneció el verano plagado de frutales.
Allí, donde
dejamos las manos trenzadas entre algas y arenas movedizas
cambiando
la tristeza, trocando la música estridente por otra melodía.
Ahora es
tiempo de recuerdos. Es tiempo de despertar con el alma
cubierta de
jirones de risas y lágrimas errantes en la madrugada.
Detrás
estarán las reliquias con motes y renombres de un amor olvidado,
en cofre de
esmeralda y sellos apretados con insignia de fuego.
Detrás está
la sombra. Los manteles bordados y la antigua vajilla,
los
cubiertos de plata con sueños de otro tiempo. Un pasado muerto.
Tú, con tu
alter ego escondido en los pliegues de la frente y las manos.
Yo, con la
tristeza a cuesta por la gente perdida en
viejos recovecos.
Ahora, la
mañana que se abre entre brisas y helechos de silencio.
¿Qué nos
espera ahora? La siesta que adormece en un lecho agrietado.
Una voz de
palabras pesadas y un cuaderno cerrado con señas perdidas.
Sigamos
caminando, la calle es larga y detrás hay una aurora esperando.
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