La organización envió a varios agentes de
inteligencia a Kioto, nadie sabía bien quiénes serían los que nos recibirían.
Viajamos en avión, ya que los miles de kilómetros que nos separaba desde Costa
Vieza, impedía que llegáramos en otro medio. El viaje fue realmente mortífero.
Una fuerza superior nos mantuvo alerta y allí abrimos los sobres con las
órdenes que emanaban del “Jefe”. Teníamos allí la orden de fisgonear a un tal
Kevin Khi, alias H’shy, un chino-americano, que aparentaba ser un oscuro
comerciante en estatuas de mármol hechas en serie. Era un experto en karate,
actor secundario en varias películas de ambientación china, y sus oscuros ojos infundían misterio.
Todo caminaba
bien, hasta que en el hotel donde nos hospedábamos comenzó un fuego, que se
descubrió luego, con la investigación, había sido encendido por alguien, usando
combustible, y que hacía entrar oleajes de humo mortal entre todos los hombres.
Nos asfixiábamos. Mäntel, el lúcido investigador que había viajado con nosotros,
organizó una fiesta para tratar de descubrir a quien quería deshacerse del
grupo. Era evidente que el mestizo no estaba involucrado porque lo teníamos muy
controlado.
Contrataron a
un grupo de geishas y prepararon un menú extraordinario. Las muchachas con sus
kimonos y sus rostros de exquisita belleza trastornó a dos de nuestros hombres,
que cautivados, no advirtieron que entre el sushy había una trampa mortal. En
pocas horas tuvieron una muerte dolorosa pero en la autopsia, no encontraron
nada extraño. La enorme maldad de quienes estaban involucrados era evidente.
Comenzó una búsqueda obscena, nada quedaba fuera de los ojos de los agentes.
Mäntel, tenía fe que pronto sabríamos de qué se trataba esa venganza. Una organización
de traficantes de obras de arte antigua, estaba detrás de todo eso, pero
ninguno supuso que Kevin Khi, era un agente secreto de China, que buscaba a los
involucrados. Apareció ahogado entre el oleaje pútrido de la laguna Biwa y con
un mensaje en la boca escrito en un antiguo trozo de seda de la dinastía
Tokugawa.
Una noche que
fuimos invitados por un simpático secretario del presidente de Taganaka, la
empresa de comercio del señor Öntuwe, supusimos que sería un beneplácito para
esos malos momentos que vivíamos. El teatro kabuki, estaba repleto de
serios caballeros nativos. Sólo nosotros estábamos allí, extranjeros en toda
nuestra ignorancia de dicha tradición. La representación, magnífica por el
esplendor de trajes y decorados, cubrió el mensaje. En la escena onnagata
desenmascararon a uno de los hombres y le sucedió una máscara de extranjero.
Siete sables samurai, traspasaron al actor y se produjo la escena mie. Ahí
advirtió Mäntel un mensaje secreto de muerte. Lívidos, salimos del
teatro y subiendo a un taxi, partimos directamente al aeropuerto. Dejamos que
Öntuwe, quien nos había hecho la deferente invitación se comunicara con nuestro
jefe. Él, sabría descifrar el secreto.
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