Prisionera
de las piedras, de la luna y de las luces del camino; Yelina viaja por la vida
con el corazón roto y llena de ira.
Una
muchacha que nació con mala estrella, dicen. Su madre murió en el parto y el
padre cayó bajo un rayo que en terrible tormenta derribó su enorme humanidad de
campesino terco y fuerte.
La crió una
vecina que la amamantó con el amor de una madraza, ella lo intentó todo. Pero
una mala sombra cubría a la niña con fiebres, espasmos y alergias.
Cuando
comenzó a crecer, se iniciaron los “sueños”, pesadillas que obsesionaron sus
noches y días. Dejó de hablar. Caminaba sola murmurando con espectros y
fantasmas que nadie veía.
Caminaba en
la grava del jardín vestida sólo con un camisón de lanilla rosa. Yelina estaba
encerrada en su propia mente enferma. No hubo médico, ni especialista que la
pudiera ayudar.
-
Es autista- dijo uno.
-
Tiene demencia o sicosis, o puede ser neurosis
congénita…- dijo otro.
-
Nadie puede ayudarla dictaminaron.
Una mañana la encontraron dormida
abrazada a un cachorro perdido en el jardín. Abandonado por alguna mano
desconocida.
Una legión de palabras comenzaron
a precipitarse con la ira contenida, el dolor y el miedo. Toda su vida en un
instante se desterró de su garganta quieta. La pérdida de sus seres queridos, padre y
madre, comenzaron por aparecer como heridas hechas con un cuchillo afilado en
su corazón y comenzaron las lágrimas a lavar cada una de sus penas contenidas.
Entonces la vida fue de otra manera.
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