jueves, 2 de abril de 2020

UN OTRO, EL HÉROE




            Vivo en un edificio enorme. Tiene cuarenta pisos y los elevadores, que son viejísimos, son un espacio descabellado. Cada mañana debo saltar de la cama media hora antes de lo normal, para poder llegar a usarlos. Siempre atestados. Siempre al abrirse la puerta está lleno y la gente con cara enojada, porque tienen que ir a trabajar. A veces me miran con desprecio. La mayoría toman el tren o viajan en subterráneo hasta llegar a sus lugares de trabajo. La mayoría son personas que en cuanto pueden emigran  a zonas más recomendables. Belgrano “R” o Flores. En fin yo no me puedo dar ese lujo. Sigo acá con mi gabardina desteñida y mis zapatillas de segunda marca. En el diario donde trabajo, ni me miran. Soy casi tan invisible como el chico que trae el café o el que reparte los telefax. Igual yo sigo aprendiendo. Soy periodista. Joven, sin trayectoria y como mujer, cristiana y sin ideologías extremas… no existo. Pero eso es otro tema.
            En mi edificio vive gente tan dispar como en cualquier edificio de una capital importante sudamericana. Antes no, antes era un edificio en el que vivían militares. Todos del aire. Los que volaban en aviones de ultrasonido. Pero ocurrió que mi país entró en “guerra” con… nada menos ni nada más que con El Imperio Inglés. He leído todo. Desde lo escrito en diarios, libros de historia, de sociología y política. Tengo grabado hasta los nombres de algunos, que para los de mi país, fueron “idiotas útiles” hasta de los que en la “Gran Isla” consideran héroes de guerra. He leído diarios donde se mofan, otros donde los enaltecen y otros con diatribas incontables.
            Bueno, cada mañana cuando espero el elevador, en el fondo hay un muchacho moreno, usa un bigote armado, delgadísimo y serio. Le digo “Buenos días” y sonríe y hace un gesto amable, pero no habla. Siempre está solo. A veces, lo he visto salir apresurado cuando una mujer joven espera ingresar al pequeño habitáculo con dos niños pequeños. Una nena y un varoncito. La nena, sonríe igual que él. El varón es muy triste y nunca sonríe. La mujer… ni habla, ni se ríe, sólo trabaja. Se nota que lleva los chicos a un colegio cercano, público, porque no usan un uniforme establecido. Ella sale casi como yo, corriendo sube a un viejo coche destartalado y parte por calle Córdoba hacia el sur. Nunca pude entablar una charla con ella. Se viste siempre de azul oscuro o negro. ¡Bueno las mujeres de nuestro país somos de vestirnos con colores oscuros y lamentables! Así, han pasado varios meses y años. Como siete años, diría yo. Hoy, la nena, me dijo que se llama María Loreto, (¡pobre qué nombre que le han puesto!) me dio charla. Este año cumple quince años y quiere ir a Disney, pero la madre no le puede pagar el viaje. Su pensión de viuda, no le permite. Así supe que la mujer es viuda. La “Lore” (como me dijo que le diga), me contó que igual ella no deja de soñar, espera un milagro. Y yo le dije que no dejara de soñar. Así comenzó una charla amable y les conté que trabajo en el diario y que vivo sola, que soy del interior, etc., etc. La madre siempre callada y el chico solitario mira hacia la nada.
            Comienzo ahora, por contarles que hoy, justo hoy cuando en la redacción trabajaba en un reportaje a unos ex soldados de Malvinas, cayó en mis manos una foto. La foto tiene cincuenta y cinco retratos de aviadores que lucharon allá; de todos los hombres que murieron en la Isla del Sur y casi me desmayo. En la primera fila, superior derecha, veo el rostro del hombre que viaja con nosotros en el elevador cada día.
            Cuando al regresar hoy, Lore me mostró la foto de su papá, otro sofocón, el que me mostraba es el mismísimo de la foto que ví esta mañana. Espero subir como todos los días al ascensor, para saber si aun viaja con nosotros y ¿A dónde se dirige? ¿Me animaré a preguntarle? ¡Qué oprobio no saberlo antes! Capaz que le pida el milagro para que Lore viaje… ¿podrá hacer algo?

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