Verde que te quiero verde, dice el poeta; yo no voy a olvidar los
paisajes de Irlanda. Un país que me transportó ala antigüedad. Un país de
gnomos y hadas. Caminos viejos y recuerdos de épocas pasadas, donde los duendes
y fantasmas alimentaron mi imaginación. En los campos pastoreando ovejas
blancas con caritas negras por cientos, lejanos muchachos pelirrojos que
parecían sacados de una estampa lejana. El viento y el frío aire, azotaba en
algunas regiones, a medida que cruzábamos la isla enorme y bella.
En todos los caminos se ven aún las viejas construcciones de casas de
piedra de la época de la hambruna. Abandonadas, con sus espectros vacilantes
negándose a irse definitivamente de sus hogares. Dos millones cuatrocientos mil
habitantes murieron de hambre en el reinado de Enrique VIII y luego la peste y
la plaga, echó de su preciosa tierra a los campesinos pobres hacia los mares.
Hay irlandeses en América y en mi país, Hoy el sonido mágico de las gaitas
suelen sonar en escuelas de los hijos lejanos de Irlanda. El símbolo de esa
tierra que se quebró por defender la
Cruz d Cristo, es un “trébol de tres hojas”. Dios Padre, Dios
Hijo y Dios Espíritu Santo, en una hojita tímida de un color verde que
representa la unidad. ¡Así, se conquistó a los antiguos y por eso murieron,
bajo la tortura que impuso contra su pueblo el Rey Enrique!
Los castillos de los desterrados y las abadías en ruinas, son esqueletos
de una vida de trabajo artesanal y amoroso de ese pueblo. Seculares las zonas
donde hubo poblados enteros que quedaron desvastados.
Hoy las ciudades son pujantes, alegres, con edificios llenos de gente
que ama su buena cerveza y su comida de pescado y papas cocidas. Las calles
conservan un orgullo de vida laboriosa y combativa. Lástima que sufrieron una
separación y hubo discrepancia. El Norte es de Inglaterra, el Sur es un país
con su bella bandera verde, blanca y naranja.
Identidad que se aprecia en sus fachadas modernas, en edificios
restaurados, en el corazón de los irlandeses.
Ingresar en la
Biblioteca que tiene siglos es un regalo a la vida.
Incunables, libros manuscritos y recuperados por amor, me llenó de nostalgia.
¡En mi tierra, que no ha sufrido tanto, no tenemos esa suerte! Se han perdido
libros valiosos por ignorancia y desidia. Hay un “Arpa” cuya leyenda la
retrotrae a época antiquísimas y la veneran. ¿La ejecutarán los gnomos?
Al llegar a la costa el viento me empujaba a las placas de piedras lisas
que forman los barandales de las cornisas. El mar bravío llamaba a atrapar el
alma en sus espumas y profundidades. El
frío, me hacía tiritar y no oía las voces de quienes querían hablarme de la
historia de esas losas negras con extraños dibujos. Sólo pensaba en refugiarme
en la casona que servía de confitería. Ingresé y temblando pedí un café. Me lo
trajo una rubicunda muchacha con sus mejillas sonrojadas por el fuerte aire y
sol de la región, cabello rojo fuego y ojos de cielo. Me trajo una manta y me
envolví al costado de una chimenea crepitante. A un costado vi una parva de suéter
de angora de mil colores; suaves, perfectos y tibios. Compre uno de mi color
preferido, el turquesa. Lo adoro, calmo mi sensación de soledad y frío. Me
compré un gorro blanco y salí del negocio transformada en una poblana más de la
hermosa Irlanda.
Es tan inolvidable su campiña, sus casas abandonadas de piedras, su
historia de dolor y resiliencia, que siempre sueño en regresar por varios días.
Te amo Irlanda.
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