lunes, 31 de agosto de 2020

UN INESPERADO PASO POR IRLANDA




Verde que te quiero verde, dice el poeta; yo no voy a olvidar los paisajes de Irlanda. Un país que me transportó ala antigüedad. Un país de gnomos y hadas. Caminos viejos y recuerdos de épocas pasadas, donde los duendes y fantasmas alimentaron mi imaginación. En los campos pastoreando ovejas blancas con caritas negras por cientos, lejanos muchachos pelirrojos que parecían sacados de una estampa lejana. El viento y el frío aire, azotaba en algunas regiones, a medida que cruzábamos la isla enorme y bella.
En todos los caminos se ven aún las viejas construcciones de casas de piedra de la época de la hambruna. Abandonadas, con sus espectros vacilantes negándose a irse definitivamente de sus hogares. Dos millones cuatrocientos mil habitantes murieron de hambre en el reinado de Enrique VIII y luego la peste y la plaga, echó de su preciosa tierra a los campesinos pobres hacia los mares. Hay irlandeses en América y en mi país, Hoy el sonido mágico de las gaitas suelen sonar en escuelas de los hijos lejanos de Irlanda. El símbolo de esa tierra que se quebró por defender la Cruz d Cristo, es un “trébol de tres hojas”. Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo, en una hojita tímida de un color verde que representa la unidad. ¡Así, se conquistó a los antiguos y por eso murieron, bajo la tortura que impuso contra su pueblo el Rey Enrique!
Los castillos de los desterrados y las abadías en ruinas, son esqueletos de una vida de trabajo artesanal y amoroso de ese pueblo. Seculares las zonas donde hubo poblados enteros que quedaron desvastados.
Hoy las ciudades son pujantes, alegres, con edificios llenos de gente que ama su buena cerveza y su comida de pescado y papas cocidas. Las calles conservan un orgullo de vida laboriosa y combativa. Lástima que sufrieron una separación y hubo discrepancia. El Norte es de Inglaterra, el Sur es un país con su bella bandera verde, blanca y naranja.
Identidad que se aprecia en sus fachadas modernas, en edificios restaurados, en el corazón de los irlandeses.
Ingresar en la Biblioteca que tiene siglos es un regalo a la vida. Incunables, libros manuscritos y recuperados por amor, me llenó de nostalgia. ¡En mi tierra, que no ha sufrido tanto, no tenemos esa suerte! Se han perdido libros valiosos por ignorancia y desidia. Hay un “Arpa” cuya leyenda la retrotrae a época antiquísimas y la veneran. ¿La ejecutarán los gnomos?
Al llegar a la costa el viento me empujaba a las placas de piedras lisas que forman los barandales de las cornisas. El mar bravío llamaba a atrapar el alma en sus espumas y  profundidades. El frío, me hacía tiritar y no oía las voces de quienes querían hablarme de la historia de esas losas negras con extraños dibujos. Sólo pensaba en refugiarme en la casona que servía de confitería. Ingresé y temblando pedí un café. Me lo trajo una rubicunda muchacha con sus mejillas sonrojadas por el fuerte aire y sol de la región, cabello rojo fuego y ojos de cielo. Me trajo una manta y me envolví al costado de una chimenea crepitante. A un costado vi una parva de suéter de angora de mil colores; suaves, perfectos y tibios. Compre uno de mi color preferido, el turquesa. Lo adoro, calmo mi sensación de soledad y frío. Me compré un gorro blanco y salí del negocio transformada en una poblana más de la hermosa Irlanda.
Es tan inolvidable su campiña, sus casas abandonadas de piedras, su historia de dolor y resiliencia, que siempre sueño en regresar por varios días. Te amo Irlanda.


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