¿Dónde quedó mi árbol de hojas
perfumadas?
Un arpa de nácar arrancando el eco
de bosque mañanero
se perdió en mi montaña.
esa que hoy es jaula de barrotes de
acero. Barrotes de besos.
En su vientre de piedra se cobijan
mis sueños,
se desgranan latidos.
Mi lago de guijarros son el áspero
soporte
de la piel de mis entrañas tan
heridas.
Sonríen pasajeros los labios de
madera
Aprietan mis senos. Alguien, sólo
alguien.
Mis manos sangrantes se mueven
lentamente buscando
una caricia. Pero
llega un frío de abandono con su
largo capote helado y
el fuego huye con sus ojos
milenarios
hasta la cumbre errante de la vieja
montaña.
Está amaneciendo, hoy...
No tengo huída.
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