viernes, 14 de agosto de 2020

ALLÍ



La cadena de solsticios está menguando mis penas añejas.
Recorreré el terraplén de los muros quebrados y morunos.
Nada enfocará mi caótica espiral donde cada rincón traduce una agonía
Ni el sol atrapado en las montañas amalgama el estupor.
Ni la lozanía del camino ahonda el murmullo de tanta utopía.
Desconcentra la espera de cómo imitar las vueltas de la luna.
¿Qué me queda? Un pedal que da vueltas y vueltas buscando
y los silencio y el vacío y el mutismo apedreando mi rostro.
Nada me tienta a la verdad inhóspita del crepúsculo, ahora,
y regreso al laberinto de un sueño deshilachado en el tiempo.
¡Qué sola me siento en este rincón poblado de rostros!
¡Qué tormenta atenaza mi corazón olvidado e insistente!
Aparece una pálida sonrisa que se desdibuja en el crepúsculo.
Fui un río caudaloso, primavera poblana, huerto austero.
Queda un rastro de miel pegajosa y metálica en su sabor dorado.
No me importa la casa donde duerme la espina que se clavó en mi piel.
Sigo en la espiral buscando el lienzo marcado por la sangre.
El tiempo arrebata la gloriosa memoria de la espera y la vida.
Hay un resollar doloroso que me rastrea en la niebla, mi muerte.
Allí, con las heridas abiertas, las mentiras resonando en eco.
Allí donde quedará mi cuerpo escudriñando el hueco oscuro
de barro y fuego, argamasa de tinieblas y viento helado. Allí.


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