EL TOMÁS
Y SU DESEO DE APRETARSE A LA
VIDA.
El campo de temporada estaba
lleno de ganado recién marcado que había que pasar a la frontera. Los pájaros
en un griterío infernal amenazaban con anidar entre los chañares junto a
cotorras ruidosas y loicas gritonas, en los piquillines y los jarillares. Al
Tomás le había nacido una enorme necesidad de alzarse con unos pesos porque
había conocido a la Rita ,
la hija de don Rubio, del puesto de La Mansa. Así emprendió la tarea nada desafortunada
de congraciarse con el `viejo´ y darle algún apero nuevo o acercarle alguna yegua
preñada medio chúcara encontrada cimarrona en el monte.
El Tomás había nacido entre los
hombres del puesto El Rincón. De su madre podía hablar horas... hacía el mejor
amasijo, las mejores empanadas y ni hablar de hacer hijos... tenía diecisiete
hermanos y medio hermanos. Todos dispersos por los campos vecinos, trabajadores
y valientes para el servicio. De su padre no podía ni hablar, jugador de taba,
de gallo de riña y de baraja. Tomador de tinto... damajuanas de todos las
medidas. Una pelea por una diferencia de juego y lo clavaron como a un
chinchulín asado con la faca. El ofendido disparó para Chile y al viejo, que
dicen fue su padre, lo hincaron en la tierra donde dormiría para siempre contemplando
la Cruz del Sur.
Un día se fue la madre y se quedó solo. Los hermanos no eran amigables porque
la vida difícil los hacía desamorados y chuscos.
El potrero
lleno de animales que gemían entre los perros, esperaba ser vaciado para que
los nuevos que llegaran, engordaran para la venta. Este año tenían buen precio,
y todos, dueños y peones, se sentían en la gloria. El patrón le ordenó ensillar
al Indio, un rociíllo de buen porte y bravío que gustaba de caracolear entre
los molles.
- Tomás seguí la orilla del río,
hasta el cruce viejo, allí hay una cortada de piedras que te va a hacer más
fácil la pasada de la caballada y de los animales. Fijate que la crecida esté
suave. Si el agua da a las verijas del potro subí unos metros más arriba. Buen
viaje y llevate los perros más baquianos.
El muchacho
compungido siguió las órdenes pero sus veintitantos años; -nunca lo habían
anotado-; eran muy pocos para tan enrevesado trabajo... partió sospechando las
dificultades. Estaba asustado pero no podía decir que tenía miedo. ¡Un Sosa...
nunca se le iba a achicar a los problemas! Caminaron dos días, a la noche
descansaron sobre los cojinillos tapados con los ponchos a cielo descubierto.
Al amanecer, el cielo limpio y el calor que apretaba haciendo que se aumentara
el deshielo de los picachos con un sol contundente. De pronto se empezó a
escuchar el rugido furioso del río, el agua caprichosa arremetía con piedras y
ramas de sauces y chañares mientras los perros ahítos de achuras, aguijoneaban
a las bestias. El Tomás sudaba frío. El Indio se le negaba y no encontraba una
zona alta para vadear.
Esperó un
día y una noche... a la mañana después vio que llegaba el patrón arreando unas
mulas cargadas con aceite de oliva y vino. El hombre asombrado por el encuentro
sopesó el daño de los animales y se acercó con aire molesto.
- ¿Bueno
Tomás... acá qué pasó que no cruzaron en tiempo?- la cara de pocos amigos del
patrón, perturbó al muchacho que no sabía qué hacer.
- Güeno
don... llegamos y el río bramaba enojao... y escuché que decía: Vení no más ya
vas a ver lo que te pasa. Tratá de pasar si sos "mandinga" y ai no
más me di cuenta que estaba muy cabreao. Aura estoy esperando que se acomode.
Una
carcajada estrepitosa junto a los ladridos de los perros transformó el monte en
un ` pandemónium ´ y Don Carlos con su tordillo, el Rufino, caballo fuerte y
altanero, completó el paso y vadeó con fortuna. Tomás avergonzado le rogó con
palabras entre cortadas que no contara nada
en el puesto de Rubio.
-
¡Qué había sido cobarde mi amigo... pero quedate tranquilo nadie lo sabrá!-
dijo apretando las riendas mientras caracoleaba con éxtasis entre las piedras.
- No me
diga eso... sólo qui estoy enamorao y quiero vivir pa´que la Rita mi acete. Y bajando la
cabeza montó y galopando se perdió entre los algarrobos y jarillares. Yo me
enteré por menta de un lengua larga del puesto en noche de historias viejas. El
Tomás nunca regresó al puesto, dicen que al final se lo llevó el río.
CUENTO CON LENGUAJE CAMPESTRE ARGENTINO
No hay comentarios.:
Publicar un comentario