Sí, doña Tomasa,
le puedo fiar un poco de harina...pero no, el hombre no me va ha decir eso,
seguro que me corre con todo lo que le debo. Son sueños nomás. Lo sé, desde que
se fue mi hombre no queda casi nada. Sólo penurias y deudas. La pobre de la Odilia ya no tiene qué, ni
esperanzas. Pero perder la fe, sería el final y falta un tiempo para la
cosecha. He mirado como han brotado los parrales en el cuartel del norte y he
visto mucha vida en esos botones verdes. Parecen hembras preñadas... Me acuerdo
cuando en el tiempo del tata esperábamos el rebrote azul- verdoso de la viña.
¡Qué fiesta era verlos a todos con una luz de esperanza en los ojos deslucidos
y enrojecidos por el sol de las siestas!
Caminaba entre los pozos abiertos en la tierra seca, la Tomasa Reinoso y
pensaba y soñaba. Su tiempo de mujer joven se iba acabando y el miedo como
enredadera agreste se le apretaba entre los ojos hundidos y los músculos
doloridos por la tarea cruel de la tierra. Tenía un puñado de aliento todavía.
Esperaba un milagro que no llegaba. Salió del camino como olvidando el sabor
furtivo de la desesperación que la estaba consumiendo. Miró hacia el camino
ancho que de frente a ella era como un enorme flecha hacia el destino incierto
del futuro. Se santiguó y pidió que lloviera por lo menos. El tomero le había
dicho que faltaba agua, era lo último que quedaba:¡ la seca!, y entonces se
tendría que ir ¿ a dónde?, si no tenía a nadie. La ciudad la aturdía y le tenía
miedo. Ya era vieja. Hacía como tres meses que había sido su santo y tenía como
cuarenta. Cuarenta años pesan y el Beto. El Beto tan bonito como su padre.
Lástima que no habla ni me comprende. Ese chico que se queda horas mirando el
cielo como si fuera a volar en cualquier momento, se mueve suavemente como una
hoja de sauce. Va y viene, viene y va sobre sus pies que no mueve. Ella lo
lava, lo peina, le pone en los labios suaves pan con leche. Es igual a un
pájaro sin su nido. Lo mira y le habla como si fuera a entenderle. Su hijo ya tendría
que caminar, reirse, soñar como los otros. El Beto no puede, no entiende, no
quiere. Sigue su camino pensando, en busca de ayuda. Su hermana espera que
traiga algo para cocinar porque sólo con huevos y verduras no puede o no sabe.
Ella sí tuvo una vida distinta. Fue a la ciudad y se casó con un hombre. Le
daba todo. Le daba golpes y un día casi la mata, pero era un hombre de veras,
trabajaba en el ferrocarril, hasta lo del accidente. Un día perdió pie y cayó
sobre los rieles justo con un cambio de vías y maniobras. Allí quedó el pobre
como masa de fideos, todo cortado. Ella no lo lloró, digo, mi hermana. ¡Es
fuerte la mujer, pasa por cada cosa? Sigue pensando y camina por la tierra
blanca. Se sienten los ladridos de los perros del almacenero y ella va acortando
el paso. Un mundo de vergüenza le colorea la cara y sigue lentamente
arrastrando los pies y su amor propio. Todo por el Beto y la Odilia , si por ella fuera
se quedaba ahí mismo. Mira los troncos viejos de árboles añosos y se acerca
lentamente atrapa con sus brazos los maderos rugosos y besa la corteza con
avidez. ¡Quiere ser como ellos, pero no puede! Ya se ve la casona y el almacén,
un jolgorio de perros y de palomas que comen las semillas que caen de las
bolsas, esperan su llegada, un instante de duda y entra. ¡En la penumbra fresca
del boliche ve la figura agradable de don Prudencio, sonríe el hombre bueno y
reservado! Ella mira asombrada ese
rostro anguloso y apacible, él, le acerca una mano y en la otra un mate. Él la
mira con ojos de hombre complacido al verla. ¡ Sueña Tomasa sueña y recibe el
mate agradeciendo !
Buena
señora ¿Cómo anda todo? y siente que esos ojos le piden que se distienda, le
dan ese resquicio. ¿El muchacho anda bien? ¿Y la Odilia ? Vio que no llueve,
parece que no tenemos suerte este año. Ni agua nos manda Dios. Viene seguro por
harina y grasa. ¿Huevos, va a llevar? Ni la mira mientras arma
el paquete de esperanza blanca. Ella confundida se apoya en el mostrador
gastado. El hombre es joven todavía y apenas la mira. Tomasa, perdone, pero
necesito hacerle una pregunta quedan las palabras caracoleando en el pecho de
ambos. ¿Usted, querría casarse conmigo? Y el cielo de pronto se abre y ella lo
mira quieta. Ya van más de seis años que la veo y no me animaba a preguntarle.
Yo la veo ¡Tan buena, tan guapa, tan madre...! Acá tendría todo.
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