lunes, 3 de agosto de 2020

BRASILIA, LA CIUDAD MÁS MODERNA




Cuando me invitaron a conocer Brasilia, alguien se rió. ¡Es una ciudad en medio de la nada, que no tiene nada más que el Congreso y los poderes políticos! Es mentira. Brasilia es hermosa, pensada no para este siglo, pensada para el futuro en un país, maravilloso que conozco bastante y que es enorme.
La Ciudad novísima de Brasil es una muestra de la creatividad de arquitectos muy adelantados en su estructura mental. ¡Es bellísima! Cuando Brasil tenía por capital a Río de Janeiro, estaba colmada y un presidente que, pienso era un gran estadista, Juscelino Kubitschek, tuvo la gran idea transformadora de llevar la capital a mitad del territorio en medio de la selva. Contrató a los mejores ingenieros, arquitectos, economistas y urbanistas de su país. ¡Así nació Brasilia!
Los arquitectos Oscar Niemeyer y Lucio Costa fueron los que la soñaron y la crearon con visión de futuro a dos mil años.
Cuando la pensaron le dieron forma de un avión gigante. En lo que es el fuselaje están los edificios nacionales más hermosos que receptan al congreso, a los ministerios y a la Catedral y Bautisterio que son una verdadera obra de arte. En las alas se han creado los edificios urbanos de viviendas para los habitantes.  
Acá paso a relatarles mi gran experiencia y anécdota. Junto a dos escritoras colombianas y una peruana, que es una magnífica poeta y médica, estábamos conociendo esa belleza que es la Catedral obra de Niemeyer (comunista y ateo) que deja la boca abierta por el fervor puesto en su creación, al salir a pleno sol y con muchísimo calor, encontramos unas vendedoras de manualidades en hilo que me recuerdan a los “bolillos españoles” y que son obras de arte manual. Nuestra querida Georgina resbala en un charco de agua y cae, con la mala suerte de quebrarse una muñeca  y la mano. ¡OH, qué hacer! Como en mi país solemos hablar un “portuñol”, es decir no es ni portugués ni español, me pidieron ayuda y partimos raudas a un hospital en un taxi. La chofer, mujer afectuosa, nos aconseja hacer cambio, porque no nos aceptarían dólares y nosotros “amamos el dólar” ya que cuando viajamos es la moneda que todos nos reciben. En Brasil son respetuosos de su dinero y economía y no lo aceptan, por lo que primero nos llevó a una casa de cambio y luego nos dejó en un hospital de urgencia. Hermilda me pedía que yo hablara…y pobres brasileños, apenas me entendían. Nos recibió una enfermera con cariño, le expliqué como pude que éramos cuatro escritoras de un encuentro que se desarrollaba en la universidad y que teníamos una enfermita. Hinchada la mano y antebrazo, dolorida pero estoica, Georgina (colombiana como Hermilda) esperó a un doctor. Llegó un simpático joven que nos llevó, por pasillos interminables, hasta un consultorio impecable y confortable. Allí nos dejó con un radiólogo que le hizo placas. Nos preguntaba el número de seguro social, y no entendía que no teníamos en Brasil, sólo en nuestros países. Le expresamos que podíamos pagar. ¡No, es un hospital público! Hubo que esperar que se pudiese ver la placa…Una Quebradura. Malita la caída. Bien, me mandaron a buscar al doctor que nos atendió primero. Yo recordé que usaba una casaca rosada; muy común en Brasil, que se utilicen colores vivos en cualquier ropa. En mi país, argentina, siempre se usa blanco, gris, negro o verde claro en los lugares de salud.
Me dediqué a recorrer todo el enorme hospital preguntando por: “El doctor de camisiña rosada”. Se reían y me señalaban una puerta u otro pasillo. ¡Al fin lo encuentro y le explico que ya teníamos el resultado y podía ponerle el yeso! Me acompañó y lo hizo con mucho cariño. Cuando quisimos pagar antes de salir del nosocomio, no nos aceptaron ni un real.
Ya en la calle descubrimos que era de noche. No teníamos ni idea en dónde estábamos. Caminé unos metros y con mi mejor “portuñol”, me dirigí a un señor que estaba detenido con un camión de bomberos. Le expliqué como pude y me llamó con su celular un taxi. Le dio los datos y partimos. Yo agotada y las otras amigas nerviosas.
Cuando llegamos al hotel, nos esperaban angustiados. Éramos las “perdidas” y sin noticias. Cuando les conté y dije ¡El doctor de camisiña rosa! Sentí una carcajada de mis colegas brasileñas… ¿Sabes a qué se le dice en Brasil “camisiña? ¡No! A los “condones”. Me quise morir… soy súper cuidadosa con mi lenguaje y mi educación. Entendí las risas socarronas con que me daban los datos en el hospital. Espero no lo molestaran con chanzas al médico que nos atendió.
Bueno, después de todo, cuando uno no habla bien un idioma, deberíamos cuidarnos o preguntar primero, pero fue un accidente.
Al día siguiente nos hicieron conocer la Iglesia de “Don Bosco” patrono de la ciudad. ¡Una maravilla y belleza estética! Yo pedí perdón por mi yerro del día anterior a un enorme Jesucristo que cuelga en medio de esa grandiosidad. Seguro que estoy perdonada.


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