lunes, 31 de agosto de 2020

LA TERRIBLE TORPEZA DE QUERER


 

            Dentro del paisaje salvaje de mi espíritu habita una pequeña enamorada de la vida, una mujer llena de vida y añoranzas. En una época  conocí a quien marcó en mi alma una profunda marca, se llamaba Beba, era una muchacha frágil y rebosante de curiosidad, con un mundo rico y muchas ganas de compartir su magia. Era hija única y yo pasé casi a ser su hermana por cariño. Sana de alma y de talladura  juiciosa en sus ideas. Me enseñó a soñar despierta y caminar por rincones y parajes impensables. ¡Pero estaba cincelada con magnolias, con estrellas, con pétalos de rosas y jazmines! 
            Aprendí de Bebi a encaramarme en la luna, a correr por encima de las olas salobres y serenas de un mar imaginario, a caminar entre los nidos de las aves que migraban desde lejos sin que echaran vuelo, temerosas. ¿Cuánto pude aprender junto a ese espíritu lleno de delicadeza? Pura como una rosa blanca, sin mezquindades propias de la infancia, sí, dije infancia porque apenas tenía doce años. Gracias a ella hoy tengo mis ramas habitadas de rosas y de locas ideas peregrinas. Mi árbol azucarado de pétalos azules, inhóspito de malicia y lleno de sonrisas y de besos de amor que me quedaron en la trasnochada oscuridad del ayer adolescente descubriendo el afecto de un muchachito asustado en su revelación de hombre. ¡Casi torpe como una mariposa!

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