¡OH, QUÉ PAÍS MARAVILLOSO, TAILANDIA!
No fue un viaje esperado. Ni programado. Fue parte del rito de “Hijo
Primogénito” de mis alumnos taiwaneses. El hijo Mayor de la familia vivía en
Tailandia y me quería conocer. Nos esperaban en su casa en el veintiunavo piso
en un edificio en el barrio donde habitaba la hermana del “Emperador”. ¡Un lujo
y servicio de inteligencia estricto! Me sentía “Gardel” (como decimos en mi
país cuando es alguien importante).
Todo me llamaba la atención. Habitación privada con baño americano y
privado, servicio doméstico que estaba a mi disposición, y mucho, mucho afecto.
El primer día me ofrecieron conocer el Mercado del Río en Bangkok, salir del predio fue una odisea, tenía que mostrar mi
pasaporte y me fotografiaron por ser extranjera en el lugar donde vivía la
hermana del emperador. Tardamos una hora cuarenta para llegar hasta el pequeño
muelle. El tránsito es multitudinario y los semáforos esperan entre treinta y
cuarenta minutos, para cambiar y dar paso. El río es enorme, súper
congestionado y mágico. Las lanchas multicolores y mujeres con el atuendo
tradicional remando por todo el cauce vendiendo frutas, pescado, sombreros y
mil artículos, porque hay que reconocer que es un país muy visitado por
extranjeros.
Dos cosas me sucedieron en el “mercadillo” que voy a relatar: la primera
fue en un lugar donde una graciosa niña me ofrecía en un español muy reducido
pero entendible, unos preciosos “abanicos” típicos de souvenir; le pedí cinco,
pensando en mis amigas y me pareció normal el precios… ¡OH, sorpresa, se enojó!
¡Yo no entendía por qué; pago en silencio y ella con un mohín muy displicente
me pone siete! Le había molestado que no
le pidiera lo que vulgarmente en mi país se dice “regateo” o pelear el precio.
Yo no estoy acostumbrada a “regatear” porque considero que si es más de lo que
creo que vale algo, no lo compro y si es justo, lo pago. Y luego entro en otro
“vaporetto” o lancha-negocio, veo que venden hermosos objetos en marfil, un
grupo de jóvenes occidentales con camisetas que representaban a los defensores
de los elefantes, me cierran el paso. ¡Con mucha violencia! ¡Más por curiosidad
que por querer comprar, quise ingresar; me sentí muy incómoda! Amo a los
Elefantes, los admiro y pienso que son seres bellos, llenos de inteligencia y
memoria infinita. ¡Pero creo que nunca las tareas de defensa, deben hacerse con
violencia!
Luego, pasados los días, recorrimos el Palacio del Emperador, que data
de cientos de años. ¡Una maravilla! Todo cubierto de espejitos dorados y de
colores, con los techos que tienen en los ángulos de las esquinas unos típicos
seres mitológicos en punta. (Dicen que para espantar los malos espíritus y
fantasmas). Vi el Buda de Esmeralda, que es de Jade, y que el emperador cada
festival, baña y viste con ropas exquisitas. El agua, la juntan y bautizan a la
gente con una flor de Loto, obvio que me empaparon y salí pensando: ¿Si soy
Católica, ese bautismo me serviría de algo? ¡Pero donde Fueres haz lo que
vieres, dice el viejo dicho; y yo estaba en compañía de la familia budista de
mis alumnos!
Pasados los días me preguntan qué quiero conocer y les digo: un museo.
Se miraron. Ellos creen que los extranjeros sólo queremos ir de compras.
Tailandia es el país que tiene la mayoría de joyerías de Asia y venden piedras
preciosas de Burma, Viet Nam y alrededores, hay zafiros, rubíes y diamantes.
Orfebres de primera. Pero hay que tener mucho dinero para comprar alhajas. Y yo,
diferente, pido ir a un museo.
El dueño de casa hace unas llamadas telefónicas y habla con la esposa.
Me suben al coche y partimos hacia un lugar cerca del Palacio, que está rodeado
de agua con cocodrilos y muchos soldados que cuidan las entradas y ventanales.
Llegamos a un Shopping y no entendía nada. ¿Qué podría ver en un lugar
así? ¡Sorpresa, en el último piso había una exposición de China! Conocí,
gracias a ellos, los Famosos soldados de terracota de la dinastía Xi’an, que
encontraron en el mausoleo del Emperador Qin Shi Huang en Shaanxi; del año 210-209 A .C. en China; la mortaja
de placas de jade de la emperatriz y los objetos personales que tapan los
orificios de la persona muerta: una esfera redonda en la boca, dos medallones
sobre los ojos, dos cilindros en los orificios nasales y uno vaginal y otro
rectal. Un regalo de la Vida
y de Dios, para mí, una persona que ama la historia y el arte. También se
presentaban artistas plásticos y tejedores de seda en telares manuales. ¡Un
lujo total para mí!
Salimos de allí y fuimos a almorzar a un restaurante Italiano; al
ingresar Pavarotti cantaba “Nessuno Dorma” y nos sirvieron la pasta más
exquisita que pude encontrar en Tailandia. El vino italiano tinto, como lo
hacía mi abuelo, y queso “Provolone”, Dios qué bueno.
Antes de regresar a Taiwán, en la calle comí huevos duros que llevaban
en unas pértigas unas mujeres del pueblo. Es muy común verlas en todos los
rincones con sus palmas de ahuyentar las abejas y moscas. ¡Son hermosas!
Regresaría a ese país.
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