lunes, 31 de agosto de 2020

LA TERRIBLE TORPEZA DE QUERER


 

            Dentro del paisaje salvaje de mi espíritu habita una pequeña enamorada de la vida, una mujer llena de vida y añoranzas. En una época  conocí a quien marcó en mi alma una profunda marca, se llamaba Beba, era una muchacha frágil y rebosante de curiosidad, con un mundo rico y muchas ganas de compartir su magia. Era hija única y yo pasé casi a ser su hermana por cariño. Sana de alma y de talladura  juiciosa en sus ideas. Me enseñó a soñar despierta y caminar por rincones y parajes impensables. ¡Pero estaba cincelada con magnolias, con estrellas, con pétalos de rosas y jazmines! 
            Aprendí de Bebi a encaramarme en la luna, a correr por encima de las olas salobres y serenas de un mar imaginario, a caminar entre los nidos de las aves que migraban desde lejos sin que echaran vuelo, temerosas. ¿Cuánto pude aprender junto a ese espíritu lleno de delicadeza? Pura como una rosa blanca, sin mezquindades propias de la infancia, sí, dije infancia porque apenas tenía doce años. Gracias a ella hoy tengo mis ramas habitadas de rosas y de locas ideas peregrinas. Mi árbol azucarado de pétalos azules, inhóspito de malicia y lleno de sonrisas y de besos de amor que me quedaron en la trasnochada oscuridad del ayer adolescente descubriendo el afecto de un muchachito asustado en su revelación de hombre. ¡Casi torpe como una mariposa!

MI PRIMER VIAJE A ESTADOS UNIDOS DE NORTE AMÉRICA




¡Cuántas expectativas! Llegar al lugar donde se creó la famosa frase “Tierra de Libertad y Justicia”, claro que todavía hay segregación a los afro-americanos y a los latinos.
New York es muy grande y tiene…Todo.
Había que conocer ese mundo tan mostrado en cine y Televisión. El hotel estaba en una calle número 6ª y era muy bueno, a una cuadra de la calle 5ª y 7ª, poblado de enormes edificios de vidrio que brillaban con el sol y las luces en la noche. Las cuadras son el doble de las nuestras. En mi país son de cien metros allá de doscientos. Me maravilló ver arbolitos en sus canteros cada diez metros más o menos y pájaros picoteando en la vereda, como en mi ciudad. Yo la imaginaba una ciudad fría, silenciosa y triste. ¡Nada que ver! Es bulliciosa, la gente camina rápido pero en grupos parlanchines cuando salen a comer en unos carros callejeros. Cosa que yo detesto, comer parada en un lugar que desconozco la higiene y la calidad. ¡Pero parece que la equivocada soy yo, todos se apretujaban a comer así!
En una encrucijada, mi corazón se detuvo, por 45ª cruzaba un famoso actor de un programa que veo siempre: “La Ley y el Orden” y allí a mi lado caminaba el actor que es de origen oriental y su rol es de sicólogo. ¡Pero soy tan respetuosa o miedosa de molestar, que lo miré con intensidad y sólo sonrió; siguió y me quedé muda!
Paseamos en el autobús turístico. Poco pude ver ya que es tan grande que me faltaron ojos para abarcar los cientos de casa, edificios, monumentos y lugares que atravesamos. Me quedé con deseo de más, de mejor y de volver.
Como me habían encargado una Tableta electrónica, pregunté al conserje y me envió a un negocio enorme. ¡Me sorprendió al ingresar, encontrar que todos eran Judíos Ortodoxos! Yo no hablo inglés y menos Yiddish o hebreo. Al ver que no me podía conectar, un genio que se dio cuenta me mandó a un chico que hablaba español; era de Honduras. Yo le conté de dónde venía y me dijo que sus patrones eran muy buenos y siempre lo mandaban cuando había alguien que no hablara el idioma. Hice una compra excelente y hasta mucho tiempo después recibí noticias del negocio por Internet.
Una noche fuimos al teatro en Broadway, vimos una obra en inglés que yo había visto en Buenos Aires y pude comprender todo. Antes cenamos en un pequeño restaurante italiano; como hablo italiano muy pronto el dueño se sentó en la mesa y comenzamos a platicar, fue lindísimo.
Me quedé muy impresionada con el homenaje que le hizo Yoko Ono a su amado John Lennon en el parque central, frente a los balcones del departamento donde vivían y lo asesinaron. Es redondo, en el medio tiene el nombre y siempre, llueva, truene, nieve o caiga el sol con cuarenta grados de temperatura, hay flores que deja la gente. Obvio que dejé una rosa. ¡Impactante! 
Tuve la enorme alegría de reencontrarme con mis amigas de la infancia que viven en el estado de Michigan, pero eso fue otro viaje diferente. Comimos en lugares pequeños pero íntimos y tomamos copas de vino en recuerdo de nuestra larga amistad.
Conocimos lugares emblemáticos: Tyfany, Edificio Tramp, Apple y caminamos por las calles de Manhattan como todos los turistas que creemos que eso es New York.
De tanto verla en películas no hice el peregrinaje a la Estatua de la Libertad, hay unas colas enormes y yo me canso de esperar esos tiempos.


CUANDO MIRA DESDE ARRIBA



Cuadrícula estrecha de colores verdes
repujados todos en el cuero rústico entre los parrales
en la tierra árida de color de talco
lanzas que se elevan          brillante esperanza
un hombre agachado
su áspera espalda marcando los hilos que llevan el agua
un chorro de néctar de color naranja y marrones viejos y ocres amargos
volverá en el vino de un tal vez mañana
el añejo porte de hombre gastado     de silencio triste de amigo lejano.
Abra una ventana de viñas brotadas cuajadas de frutos
que arrullan el canto de los amplios álamos
mas...
una cumbre oscura   
un sol que amenaza
vendimia se acerca.       
Una gran tormenta se aprieta entre nubes y
el granizo artero  que arremete fiero
la verde vereda de parra y frutales.
Espera el “tomero” con la azada en mano 
el agua no alcanza
la tormenta arrecia 
cae el alarido de nubes de hielo
ya no queda nada   
queda solamente un hombre mirando
hacia el infinito desde los parrales
allá entre las cumbres
donde la montaña esconde su trampa de espanto
hay un hombre solo...   solo con su pena...   solo con su llanto
que nadie ha  escuchado  porque no es de machos...
se avecina un tiempo de dolor sin quejas
volverá en otoño de añejos colores a llenar lagares con roja esperanza
y una mañanita de sol veraniego entre las hileras
volverá su canto...


UN INESPERADO PASO POR IRLANDA




Verde que te quiero verde, dice el poeta; yo no voy a olvidar los paisajes de Irlanda. Un país que me transportó ala antigüedad. Un país de gnomos y hadas. Caminos viejos y recuerdos de épocas pasadas, donde los duendes y fantasmas alimentaron mi imaginación. En los campos pastoreando ovejas blancas con caritas negras por cientos, lejanos muchachos pelirrojos que parecían sacados de una estampa lejana. El viento y el frío aire, azotaba en algunas regiones, a medida que cruzábamos la isla enorme y bella.
En todos los caminos se ven aún las viejas construcciones de casas de piedra de la época de la hambruna. Abandonadas, con sus espectros vacilantes negándose a irse definitivamente de sus hogares. Dos millones cuatrocientos mil habitantes murieron de hambre en el reinado de Enrique VIII y luego la peste y la plaga, echó de su preciosa tierra a los campesinos pobres hacia los mares. Hay irlandeses en América y en mi país, Hoy el sonido mágico de las gaitas suelen sonar en escuelas de los hijos lejanos de Irlanda. El símbolo de esa tierra que se quebró por defender la Cruz d Cristo, es un “trébol de tres hojas”. Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo, en una hojita tímida de un color verde que representa la unidad. ¡Así, se conquistó a los antiguos y por eso murieron, bajo la tortura que impuso contra su pueblo el Rey Enrique!
Los castillos de los desterrados y las abadías en ruinas, son esqueletos de una vida de trabajo artesanal y amoroso de ese pueblo. Seculares las zonas donde hubo poblados enteros que quedaron desvastados.
Hoy las ciudades son pujantes, alegres, con edificios llenos de gente que ama su buena cerveza y su comida de pescado y papas cocidas. Las calles conservan un orgullo de vida laboriosa y combativa. Lástima que sufrieron una separación y hubo discrepancia. El Norte es de Inglaterra, el Sur es un país con su bella bandera verde, blanca y naranja.
Identidad que se aprecia en sus fachadas modernas, en edificios restaurados, en el corazón de los irlandeses.
Ingresar en la Biblioteca que tiene siglos es un regalo a la vida. Incunables, libros manuscritos y recuperados por amor, me llenó de nostalgia. ¡En mi tierra, que no ha sufrido tanto, no tenemos esa suerte! Se han perdido libros valiosos por ignorancia y desidia. Hay un “Arpa” cuya leyenda la retrotrae a época antiquísimas y la veneran. ¿La ejecutarán los gnomos?
Al llegar a la costa el viento me empujaba a las placas de piedras lisas que forman los barandales de las cornisas. El mar bravío llamaba a atrapar el alma en sus espumas y  profundidades. El frío, me hacía tiritar y no oía las voces de quienes querían hablarme de la historia de esas losas negras con extraños dibujos. Sólo pensaba en refugiarme en la casona que servía de confitería. Ingresé y temblando pedí un café. Me lo trajo una rubicunda muchacha con sus mejillas sonrojadas por el fuerte aire y sol de la región, cabello rojo fuego y ojos de cielo. Me trajo una manta y me envolví al costado de una chimenea crepitante. A un costado vi una parva de suéter de angora de mil colores; suaves, perfectos y tibios. Compre uno de mi color preferido, el turquesa. Lo adoro, calmo mi sensación de soledad y frío. Me compré un gorro blanco y salí del negocio transformada en una poblana más de la hermosa Irlanda.
Es tan inolvidable su campiña, sus casas abandonadas de piedras, su historia de dolor y resiliencia, que siempre sueño en regresar por varios días. Te amo Irlanda.


jueves, 27 de agosto de 2020

CONTRABANDO DE ESCLAVOS




Los habían arrastrado de la zona donde ellos habitualmente cazaban o iban a pescar. Tenían sólo cerbatanas y arco y flecha. Los hombres unos palos que echaban fuego como leños hirvientes. Los ataron unos con otros y los llevaron a la orilla del mar para subirlos, a los azotes, a un enorme barco de madera y humo. Su mundo derrumbado. No hablaban las mismas lenguas y peor era no entender lo que decían los blancos de pelo rojo como el monstruo del que les había hablado el anciano de la tribu en la infancia.
Y el barco se deslizaba entre un mar negro, invadiendo entre una paz fría y quieta de los seres de su profundidad animal y ellos, ellos contemplando asombrados al gigante que trataba de hendir su dichosa paz. Así era la nueva barca y un tumulto de olas que arremetían contra el barco con furia y codicia los sacudía.
Los hombres se apretaban en las hamacas en la profundidad donde se escondía lo poco que quedaba de agua y comida. Nadie tenía fuerza para atropellar a los que con un látigo estallaban en sus espaldas dejando marcas rojas, ira y fuego. Las miradas como carbones crepitaban odio, pero los hierros a los que estaban amarrados les impedían alzarse. Los negreros comían y fumaban sus pipas de cerámica sin mirarlos siquiera. ¿Adónde llegarían y cuántos? Si se iban muriendo lentamente de hambre y frío, de sed y miedo.
Ômorobo sentía asco por estar mezclado con otro infeliz que lo miraba suplicando piedad. Él, era un rey en su comarca. Tenía esposas que lo cuidaban y muchos hijos. Los animales que poseía eran compartidos por su gente. Allí, en cambio, se arrebataban los mendrugos de una comida hecha con fécula de mandioca y agua y el agua olía a orines. Él, tenía los labios rotos por la sed, pero no bebía ese líquido ambarino. El que lo hacía comenzaba a vomitar y se deshacía por los cólicos internos. Al poco tiempo moría envuelto en excrementos. Los hombres de pies de cuero, los tiraban con fuerza al agua y desaparecían. Los sacaba, una vez cada tanto y podía respirar, robaba un poco de agua limpia de una bolsa de cuero que usaba el más viejo de los blancos. Por la ubicación de las estrellas se daba cuenta que iban hacia el oeste y el sur. Estaba flaco y débil. Pero el orgullo lo mantenía alerta. Quedaban pocos, menos de la mitad que iniciaron la travesía. Algunas noches de tormenta los soltaban de los aros de metal que los ataba a los postes.
Una semana más y negros nubarrones y un viento helado, comenzó a zarandear el barco de tal manera que no hubo manera de sostenerse. Bajaron y los soltaron. Pero el maderamen chirriaba con el brusco movimiento de las olas enormes que los sacudía. Un estruendo enorme destempló la noche y la quilla se partió en mil pedazos. Volaban fardos, hombres y maderos. Ômorobo se abrazó a un madero que le permitió flotar. Hábil nadador, logró soportar la tormenta y se quedó dormido, pensando que moriría en ese mar maldito. Despertó con un ruido de tambores y se vio rodeado por gente de raro aspecto. No eran los blancos malditos ni eran los hombres negros de su tierra. Eran diferentes, pero amables, lo ayudaron con agua y en hojas de palmera le dieron un trozo de carne que devoró. Luego, su estómago lo devolvió sin vergüenza.
Pasaron unos días. No entendía el idioma de esa gente. ¿Adónde estaba? Un hombre vestido con una ropa blanca, de larga barba trató de hablarle en varios idiomas que no entendía hasta que vio que una palabra se la había escuchado a su anciano abuelo. “No eres esclavo aquí”. Esa palabra… esclavo, le retumbó en la cabeza. Vio que la gente vivía como en su tierra, en grandes cabañas de palma y barro, con su hoguera al centro. Había niños que corrían y jugaban con el hombre de barba. Cuando pudo caminar bien, se acercó a la casa del hombre. Lo vio rodeado de otros que compartían una calabaza con una bebida que sorbían con una caña fina. Un perro se acercó y le lamió una herida, lo apartaron y se reían.
¡Esta gente es pacífica, pensó! Podré vivir con ellos hasta que regrese a mi tierra. Ômorobo, no sabía que había llegado a América, a un país cerca del río más largo de la tierra americana y que nunca más podría regresar al África.


ADELA Y EL ALFARERO




Adela logró su divorcio con mucha dificultad. Cuando conoció a Bernardino, el corazón le dio un brinco. Ese era el “hombre” de su sueño. Cada noche soñaba con un hombre fuerte y brillante, dispuesto a la risa fácil, al juego ligero y a la buena mesa.
Repetitivo, regresaba cada noche, después de su unión, con la mirada hueca, rojiza y profunda. Un demonio hermoso, sensual y algo violento. Habían comprado una casa antigua de arquitectura colonial, de murallas gruesas de piedra. Los ventanales enrejados dejaban que el sol, la brisa y los murmullos callejeros ingresaran prepotentes entre sus barrotes de hierro forjado.
Bernardo era alfarero. Construyó un espacio junto al aljibe donde sus manos jugaban con artificio en la suave greda, dando mil formas en el antiguo torno de madera y granito.
Al principio el calor y pasión amortiguó su machismo que fue una brisa suave cuando el amor rondaba al alba del romance y luego con el tiempo se convirtió en un huracán de ira. Los besos tornaron en mordiscos rabiosos, en humillación y violaciones repetidas.
La soledad del atardecer, permitió a La mujer reencontrarse consigo y sus ojos violeta, se posaban  con mirada triste en los jarrones, botijas y cuencos que él, le dejó, antes de irse para siempre.
Junto al torno, quedó una daga afilada manchada de sangre oscura y pegajosa.

miércoles, 26 de agosto de 2020

EL CAMPAMENTO




            Los chicos tardaron dos años en juntar el dinero para ir de campamento. Sus familias no eran tan acomodadas como para pagarles un viaje por tantos días fuera de la provincia. Quermeses, Bingos y Cuadreras, fueron el apoyo de la comunidad.
            Cada uno de los veintitrés muchachos fue armando su mochila: dos pantalones de loneta dura y fuerte, cuatro camisetas y remeras de mangas cortas y largas, dos rompevientos de tela impermeable con capucha, tres pares de zapatillas con suela doble, calcetines y calzoncillos varios, saco de dormir, linterna y accesorios a elección, según podían proveerle su familia.
            Llegó el esperado día. El profesor llegó acompañado por tres ayudantes: Pablo enfermero adiestrado en cursos de rescatistas, Lautaro cocinero y Mateo que era un sabelotodo excepcional. Ellos transportaban desde palas y piquetas, hasta bancos rebatibles para sentarse. Un botiquín de primeros auxilio que dejaba mudo al mejor médico recibido y una enorme carpa que se armaba entre los cuatro adultos que los acompañaba.
            ¡Era una fiesta verlos llegar al Autobús! Las madres emocionadas lloriqueaban. Era la primera vez que se desprendían de sus cachorros. Los padres disimulaban con el entrecejo fruncido sus temores y sentimientos. La algarabía era irrefrenable. Por orden de lista se fueron sentando de atrás hacia delante. Eso porque habían puesto a los más pequeños en primer lugar en ella y así los más robustos y maduros quedaban cerca de dos adultos y los más pequeños con dos adultos detrás. El chofer y su acompañante separados por un vidrio grueso, miraban sonrientes la desilusión de los chicos que no iban a poder hacerles ruidos y canciones burlescas.
            Al principio el murmullo era aceptable. Fue subiendo de tono y el coche se frenó. ¡Si no se callan no seguimos! Dijeron los chóferes, riéndose por dentro.
            Así acomodaron con canciones y chistes parte del camino. Se apagaron las luces cuando ya era hora de dormir. Algunos secretamente sacaron de sus mochilas un sándwich o una fruta y comieron otros se conformaron con alfajores y refresco cola.
            Los profesores y ayudantes pensaron: ¡Bueno se van a dormir! Pero no, esperaron que algunos se quedaran dormidos y dos o tres se pararon y con pasta dental o fibras les pintaron bigotes, barbas candado, patillas y cejas tipo demoníacas a sus compañeros. ¡Era un juego!
            A la mañana siguiente las carcajadas de los que miraban a sus compañeros enmascarados era muy divertidas, pero todos se señalaban y se dieron cuenta que no quedaba casi nadie sin el pincel hilarante.
            Llegaron al Valle de Los Alfiles. Armaron la carpa y se acomodaron y mientras Lautaro disponía las ollas para hacer el desayuno, los chicos se fueron a limpiar el rostro en el arroyo. Regresaron a desayunar y el aroma del té con chocolate y masitas, los alucinó. Luego Mateo los preparó para la primera caminata. Hacia allí tenemos que ir, ven esa piedra blanca allá arriba; allí vamos. ¡Protesta general! Es muy lejos y alto y…nada. A caminar. Allá comenzaron a trepar. 
            Felipe que ha cumplido dieciséis años es el que hace punta. Lleva una piqueta que le regaló el padrino, lo siguen Eduardo y Marcelo. Más atrás vienen Isidro y Jorge. Y el profe los ha atado con cuerdas por si acaso uno se resbala y los guía.

DEL LIBRO: "TIEMPO DE LIBERTAD"


Una gota de lluvia sobre una hoja de álamo me asombra.
                                                             Joaquín Yanuzzi.


A LA VIEJA CASA DE MI INFANCIA.



La casa está dormida en mi recuerdo, en el rincón donde habita mi

 aleteo de libélulas azules,

mis jazmines perfumados y el ópalo invertido de mi lecho.

La calle rodeada de moreras, sin el fresco aliento en la tormenta

cuando precipita la lluvia ruidosa y maltratada sobre la arena de mi puerta.

El techo azul y una pared blanca donde reflejo la mañana,

Y aquel lodo verde que  humedecía mi piel y mi cristales.

Cae una gota asombrada en la última hoja de mi emparrado cargado de...

 uva  moscatel rosado.  Ruborosas de amor por su vendimia ausente

del parral terracero que plantara mi padre.
                               
La casa se desploma como gota de lluvia.

Ya no queda nada de la alcoba donde durmió su último sueño nuestro padre.

Todo es escombros y maleza. El grifo roto canta una lágrima asustada.

Mi casa ya no existe. Mi infancia ha tomado el camino al horizonte.

Ya no estoy sola, es cierto...pero estoy un poco triste.



QUIETA



                                                        Cómo  un rayo de luz en intrincada selva
así es tu mirada como la misteriosa
 melodía  de la  lluvia...
Cae como una gota final
 lentamente
y estalla en cristales como una estrella  húmeda.
Quieta,
 me quedo quieta para contemplarte
y  te descubro.
En tus ojos están todas las sensaciones de las caricias plenas.
Siento mi cuerpo como queriendo abrirse con
este olor a pasto y a flores nuevas.
Me inquietas con tu silencio de caracolas brillantes...
Tu mirada me penetra cada vez más profundo
y un puñado de colores de otoño
ingresan protestando en mi robledal inquieto.
Hoy tengo las manos...
apretadamente abiertas que
te buscan en vano como se busca entre algas
el utópico color irisado de una perla.
Lo cierto es tu mirada...
esa luz....
nuestra hiedra.

NOCHE DE MILONGA




El conventillo tiritaba con la ola de frío.  La niebla que subía del río anonadaba a los pocos transeúntes que caminaban por las empedradas callejuelas del bajo. A lo lejos se oían los motores de los barcos que trataban de llegar a puerto. Buenos Aires golpeaba con su humedad de obreros y olor de podredumbre del Riachuelo.
La “Morocha” bailaba sola en el “piringundín” del Tano. Era casi la madrugada y la niebla se fue disipando dejaba un rayo de luna sobre el piso mojado de la acera. Ella no tenía abrigo y sabía que si salía a esa hora, pescaría una pulmonía. No podía darse ese lujo.
El sol saldría en pocos minutos y así, si, ella, se iría al conventillo, donde la madre le cuidaba al niño que le dejara el “Chalo”, su amor. Él, se había ido al Chaco al obraje a conseguir dinero para llevarla, dijo. Nunca volvió. Hacía como dos años que había perdido la esperanza. Ella se “conchavó” en una tienda, pero el dueño se propasó y se tuvo que ir. Ni siquiera pudo cobrar los cinco días que había trabajado. Trató de ser sirvienta, pero cuando la veían tan bonita, las mujeres no la aceptaban. Los hijos se la tratarían de llevar a la cama. ¡Bueno, así es la vida!
Cuando llegó la primavera, conoció al Tano y la contrató en el boliche. Tenía que cantar y bailar para los obreros de los barcos, como siempre estaban borrachos, no importaba si cantaba bien o mal, le dijo. Le compró un vestido rojo y unos zapatos de taco aguja de charol. Su larga cabellera negra, caía sobre sus espaldas como un río borrascoso de seda. ¡No cantaba tan mal, después de todo!
Un día, se detuvo un taxi y de él, bajó un gringo, que se sentó a escucharla. Era raro por ahí, ver un tipo bien vestido y serio. Habló con el Tano y éste, lo invitó con un Fernet. Cuando terminó de cantar, el “Tigre” la sacó a bailar una milonga. Bailó con lo mejor que pudo porque como mujer, intuyó que su destino estaba en eso. El tipo, la miraba con detenimiento. La llamó a la mesa.
Ella se sentó y esperó que hablara. Pero no decía nada. Se la comían los nervios. De pronto la tomó del brazo y la sacó a bailar un tango: “Refasí”.
Su pollera parecía las alas de una mariposa herida. Todo en rojo sangre revoloteaba en brazos del Gringo. Mañana cantarás en el Chantecler. Y le dejó un fajo de billetes con la orden de comprarse ropa y todo lo que necesitara para ese lugar, para que brillara. El Tano, sonreía.   Ahora tendría que buscar otra “mina” para el bolichón del bajo.
Cuando fue a doña Ercilia y le pidió que la peluqueara, la miró raro. ¡Estoy por trabajar en el centro! Nada raro, ¿sabe? Y le hizo un baño de crema y le aclaró un poco el pelo y le arregló las uñas y le dijo:- Peinate así, con una poco suelto y otro recogido. Y esa noche, a la hora precisa, llegó un taxi y la vino a buscar y ella con su vestido negro de seda, parecía una reina. Felipe, el niño, la miró embobado y le mandó mil besos con su manito flaca. La madre lloraba bajito, como si la fuera a perder.
Llegó al Chantecler, las luces la dejaron muda y ver esos tipos y mujeres con ropas brillantes la asombraron bastante. La llevaron por un pasillo y le mostraron su espacio. Allí había una rubia muy bonita que le prestó su labial bien rojo, le puso máscara de pestañas. Y la llamaron para cantar. Cantó como una diosa. Y luego bailó como un hada. Los aplausos estallaron y su vida también.
La Morocha, dejó su apelativo y comenzó a ser Margot. Casi, casi como la del tango. A partir de ese día fue la atracción del cabaret. Hasta que llegó el “Chalo” del norte. De una trompada le desfiguró la cara. Sacó al Felipe y de allí al ferrocarril y se la llevó. Nunca más se supo. Dicen que en el obraje terminó matándola a golpes. Otros dicen que la vieron borracha cantando en un burdel. Como decir dicen muchas versiones. Hay que ver si es verdad.


RECIBÍ LA INVITACIÓN PARA IR A MARRUECOS



  
Me invitó a  Marruecos  Gladys  Young, embajadora panameña en esa tierra, mi amiga y poeta. Llevaría la novela “Síndrome de Traición” a la Universidad de Tetuán y Tánger. ¡Era un honor! Es tan lejos que debí prepararme. Indagué en qué viajar: tenía si o sí que pasar por Madrid. Fue toda una aventura. ¡Allá fui con cinco aviones de líneas diferentes; por cinco días!
Salí hacia Chile y esperé un avión a Madrid, allí dormí una noche, al día siguiente tomé otro aeroplano que me llevó a Casablanca, la famosa ciudad de la película que nunca logré ver. Ni la película ni Casablanca ciudad. Luego en el hall del aeropuerto esperé desde las 10,30 hasta las 23. Allí tuve una experiencia dolorosa. Paso a relatar. Alrededor de la 22 veo que se abre una puerta lateral y traen un puñado de personas del interior de África, esposadas y rodeadas de soldados, eran fugitivos de los países pobres que trataban de llegar a España, a través de Marruecos. ¡Eran los famosos, Inmigrantes que huyen del hambre y las guerras de sus países! Yo no podía ni abrir la boca. No hablo árabe ni inglés, por lo que estando de paso en un país que me esperaba con los brazos abiertos, lloré en silencio. Esto sucedió en dos oportunidades, calculo que los llevaban de regreso en aviones militares o no, a sus países de origen. No quise preguntar a mis anfitriones, ya que era un tema sumamente delicado. Al pasar unos minutos, 30 o 40, me llamaron por altavoces para presentarme en la aduana.
 Tomaría un avión de línea inglesa que me llevaría a Tánger, yo tenía mi primera charla en Tetuán. Un vuelo corto y llegué a Tánger con mi pequeño equipaje, donde me habían prometido estaría una persona de habla castellana con un cartel esperándome. Hecho los trámites necesarios, eran las 24, salgo del hall y no había tal cartel con tal persona. Pregunté en argentino: ¿Hay alguien esperando a una argentina? Me observaron varias personas y pensarían: ¿Qué le sucede a esta señora?
Ingresé de inmediato al aeropuerto y esperé un rato. Volví a salir y un señor me esperaba. Había llegado algo tarde. No hablaba español. Insistía en llevarme a su casa. Yo muerta de miedo, le decía: NO, hotel. Me comunicó con su esposa que hablaba castellano. Igual, quería que fuera a dormir a su casa. ¡No, hotel! Y me llevó a un albergue de menos una estrella donde me cobraron 30 euros. Sin ascensor y cuya habitación quedaba en el tercer piso. Alrededor había gente rarísima: prostitutas y rufianes. El dueño, me miraba sonriendo y miró dos veces mi pasaporte. Creo que no podía creer que venía de tan lejos. El hombre se fue en un auto tan destartalado, que parecía sacado de un “desarmadero”. A las cinco de la mañana, me golpeó la puerta, me venía a buscar para llevarme al aeropuerto. Miro y por la ventana y veo que me miraba. Como me estaba vistiendo, casi me tiro al piso. Lo regañé hasta que llegamos al aeródromo. Allí en una “combi” me esperaban otras escritoras que tomarían conmigo el vuelo a Tetuán.
La alegría y algarabía fue enorme. Hacía dos años que no nos juntábamos. El chofer me trajo de regalo un objeto de cerámica pequeño que según dijo, era igual al que usan para cocinar. ¡Un lindo detalle!
Al llegar a Tetuán, la fiesta literaria comenzó. En la Universidad un enorme grupo de estudiantes nos esperaban para escuchar a los poetas y narradores de Latino- América. ¡Qué respeto y cariño demostraron! Escuchaba con atención y preguntaban por nuestros grandes poetas: Jorge Luis Borges, Julio Cortazar, Olga Orozco y otros que son un orgullo nacional. De México una laureada escritora presentó una investigación extraordinaria sobre Sor Juana Inés de la Cruz, de Perú sobre Vallejo, y así cada escritor o escritora fuimos llenando las aulas con buenas y preciosas palabras.
Luego el Traslado a Tánger, la fiesta en un comedor donde en unas enormes bandejas de plata traían comidas típicas y deliciosas. Los estudiantes bailando para nosotros los escritores y los maestros de la universidad… ¡Qué bello! Se divierten sin tomar alcohol como en mi país. Ellos por ley tienen prohibido comprar, vender o beber alcohol.
Me tocó ir a una ciudad a la orilla del mar. Un azul glorioso envolvía la costa. Desde la explanada de una sala veía las olas revolotear como alas de pájaros blancos. Después de una tertulia, nos llevaron a un restaurante donde descubrimos otra comida exquisita de berenjenas y pimientos (ajíes) asados al carbón, luego traían bandejas con sardinas asadas al horno de barro, parecían alhajas de plata una junto a la otra. Sabrosas y sanas.
Cuando ya saciamos nuestro apetito, un poeta amigo marroquí dio un silbido y cientos de niños se arremolinaron junto a las fuentes a comer con pan árabe que les repartieron. Eran pájaros de mil colores, curiosos y alegres que se divertían con esos raros extranjeros venidos de tan lejos. ¡Un regalo para la vista y el corazón!
Fueron cinco días en el país y seis aviones para llegar hasta allí y seis para regresar a mi tierra. Lo haría a ojos cerrados. Cuando vi la Novela y la leí: Tiempo Entre Costuras, de María Dueñas…disfruté pasear visualmente por las calles y medinas de Marruecos. Véanla.


RELATO: PARAGUAY


HAY QUE CONOCER ASUNCIÓN, PARAGUAY

Eso me dijo mi esposo el día que viajamos hasta la frontera con Formosa en Argentina. Y la curiosidad puede más que el poco tiempo que teníamos.
Así que emprendimos el paso por la frontera y entramos sin problemas a Paraguay. El primer escollo lo tuvimos cuando en un puesto llamado Falcón nos detiene un retén policial y nos pide papeles. Como es un país limítrofe, teníamos a nuestro entender todo en regla. ¡Pero no! ¡Nos faltaba una cédula del MERCOSUR, por lo que tuvimos que detenernos media hora, discutir un poco y pagar una jugosa multa! Yo, sabía que no teníamos muchas horas para el regreso, por lo que, le insinué a todos, el retorno a la frontera y volver a Argentina. Mi esposo, enojado, desistió y dijo: Hay que conocer Asunción.
Seguimos un buen trecho escuchando la radio donde fantásticas arpas paraguayas nos recibían con su bella música. Finalmente llegamos al núcleo de la capital. Primero ir al Banco y poder extraer dinero del país, luego ingresar a conocer la Catedral.
Dicha antigua construcción es muy bella, el altar hecho por nativos, de plata taraceada a cincel, y tallas en maderas de los antiguos bosques de la región. Una hermosura. Al costado de la Catedral, hay un museo muy interesante con viejas casullas, objetos sacros y esculturas de todo tipo, religiosas. Allí nos acompañó una dama que nos fue explicando el valor de algunos de aquellos objetos. También nos enteramos que “alguien” se había “robado” la primera Biblia traducida al guaraní, en los primeros tiempos de las misiones en territorio paraguayo. ¡Qué pérdida!
Más tarde y luego de tomar algunos alimentos en un bar al paso, nos concentramos en una plaza donde mujeres tejían el “Ñandutí”, una suerte de encaje hecho con hilos muy finitos y que parecen las telas de arañas en la selva. Pero en su trabajo, ponen tanto amor y exquisitez que las mantillas, vestidos y manteles parecen fabricados por hadas.
¡De poder me hubiera quedado con todo! Pero debíamos regresar a nuestro país y salimos casi en esa hora que todo se cubre de sombras y se siente el canto de los pájaros que llaman a sus nidos y los gritos de los macacos de árbol en árbol, que se van a cobijar por la noche.
Fueron unas pocas horas, pero Paraguay es muy hermoso.

miércoles, 19 de agosto de 2020

HUELLAS DE SILENCIO



                                      Acaso en el misterio del ocaso, encuentre la memoria.

Tal vez un estallido de centellas que te nombren.
Tal vez un recoveco estelar donde te toque.
Un día serás tú, mi único amigo.
Un día estaremos enfrentados, mirándonos los ojos,
y tocaremos la más íntima arista de nuestra alma.
Entonces seremos verdaderamente libres.
Seremos caminantes de la vida.
Tendremos un retorno al infinito.
No habrá un "laberinto" carcelario
donde un fiero "Minotauro" nos platique.
Seremos tú y yo...y la conciencia de todo el mundo simple
que creamos. Tal vez un mundo artificial
lleno de edenes, no tan maravillosos.
Tal vez se parezca más al "Infierno" que Dante imaginó.
Y no supimos escapar de la rutina.
¡Caminar por las calles empedradas,
correr por los andenes, ya desiertos...
la libertad es una recompensa tan sagrada
que trasciende al hombre en su pasado!
Amigo de los años más heroicos...
¿Puedes perdonar mi evasión, mi huída?
¡Soy cobarde!

EL SILLÓN DE SEDA



                                   El joven escribano se sentó sin poder pronunciar una sola palabra. Su intervención en el robo al banco lo dejó perplejo... Él nunca había participado en esa reunión ni había firmado ese acuerdo. ¡Allí frente a sus propios ojos estaba la prueba... esa era su letra y esa su firma...! ¿Quién pudo haberla falsificado tan bien? Recordó un  sueño que tuvo la noche anterior y sintió que de alguna manera todo estaba relacionado.
            Sí, en su sueño, él, hablaba con Gervasio Respeche y le entregaba una serie de cartas y papeles. Luego veía unas manos atadas y ensangrentadas. Una cabeza sin rostro cercenada. Un sopor asfixiante, olores repugnantes y un chirrido agudo, lo atrapaba, no podía despertarse. Cuando logró hacerlo tenía un cansancio enorme y estaba transpirado y tenía la boca muy amarga. Estaba seriamente comprometido con la estafa millonaria. Muchas pruebas en su contra lo señalaban. No recordaba haber participado. Lo apresaron. Su abogado desapareció. Llegó inesperadamente “alguien” a rescatarlo. Su mujer no estaba en el país y no supo quien lo patrocinó.
            Sostuvo su posición. Él no tenía ninguna participación. Vio a Gervasio Respeche pasar a su lado con las manos esposadas. Rodeado de varios uniformados y hombres de civil. ¡Se sorprendió! La sonrisa ácida del antiguo gerente era una contundente mueca sarcástica.
            Quedó libre bajo palabra y regresó a su casa. Ese alguien había pagado una fianza poderosa. ¡Estaba libre!, y salió apurado para alejarse de allí. Llegó frente a la puerta e ingresó confiado. Encendió la luz y a sus ojos resaltó el brillo lujurioso del sillón de seda rojo, que su esposa había hecho ubicar en el salón..., una fugaz imagen le acometió. Ese sillón estaba en su sueño. Recordó otras caras. Parecían máscaras. Pensó: - ¡Cuándo fuimos a Venecia con Respeche compramos esas extrañas máscaras de carnaval! - Se desprendió el botón de la camisa y estiró bruscamente la corbata para sacársela. En el espejo alcanzó a ver unas marcas en el cuello, dos pequeñas heridas en forma circular. Miró con atención sus muñecas, le dolían, y, vio también una marca morada como si en algún momento hubiera estado fuertemente atado. Sintió un insultante perfume a combustible, algo parecido al fuel oil. Luego se sentó entre los suaves almohadones mullidos del sillón. Apoyó una mano... entre los cojines encontró su lapicera de oro... - la misma tinta... - se escuchó decir- de los papeles del banco... - en su memoria flotaba esa idea extraña. ¡El sonido del teléfono lo estremeció! Era su socio que necesitaba, urgentemente, hablarle. Cuando trató de pararse, en una hendidura del sofá, una jeringuilla hipodérmica minúscula, se incrustó fatídica en su mano. Olió la muerte. Vio como se iniciaba un fuego junto a la ventana principal del salón. Un sudor frío le recorrió las  vértebras y comprendió... ¡Había caído en una trampa mortal y del infierno nadie podría ya salvarlo!

¡Y UN DÍA ATERRICÉ EN DUBAI!




Desde las azafatas del avión con su extraño y bello uniforme, hasta los personajes que viajaban cerca de mi butaca, me parecieron que entraba al espacio de “Las mil y una noches”. Es un país extraño, según lo que luego averigüé, fue un desierto y ahora tiene como New York edificios gigantes, lujo por doquier y poca gente.
Antes, todos se movían a lomo de camellos y dromedarios y hoy van en lujosos autos de marcas carísimas. Me contaron que en principio eran cinco Jeques que se unieron luego dos más y se armó un territorio enorme. ¡La unión hace la fuerza! Y allí se nota.
La bandera fue creada por un niño de dieciocho años en un concurso escolar y es preciosa. El hotel: un lujo. Todos los días ponían orquídeas en los floreros. Yo que amo esas flores me sentían una reina. El trato del personal, maravilloso.
Estaba una tarde sentada tomando un rico café en el bar (No se venden bebidas alcohólicas) y vi parado un joven de unos treinta años con su ropa blanca y su turbante a cuadros marrón y blanco, que me miraba y no atinaba a hablarme. ¡Soy mujer, claro! Venía a buscarme junto a mi hermana par ir al desierto a un toldo beduino entre dunas, camellos y comida típica. Como soy mayor y viajada, me paré y le hablé: ¿Usted busca a las argentinas?  Sí, señora. Perfecto español. Bueno ya llamo a mi hermana. ¡Sonrisa amplia! Y allá fuimos en una especie de jeep, que nos metía entre las dunas como si estuviéramos en la carrera de Fórmula Uno. ¡Mamá, que manera de zarandearnos! Ya el sol caía sobre el desierto y llegamos a un recinto formado por carpas beduinas. En el centro una especie de plató o peana, cubierta por alfombras, rodeada de mesas bajas con muchos almohadones para poder sentarse. Unos jóvenes igualmente vestidos de blanco y turbantes: blanco y negro, nos trajeron agua y té, y algunas dulzuras que yo no probé y mi hermana que ama los dátiles comió feliz. Luego nos trajeron un arroz con vegetales. ¡Sabroso! y Finalmente salió a bailar un muchacho con un extraño traje que con el crepúsculo brillaba con luces de colores. Los tamboriles y un instrumento típico, sonaba por los altavoces. Ya lo había visto en Egipto y en Turquía. ¡Es un baile típico de los árabes! Finalmente apareció una joven bailarina que hizo gala de su belleza con la danza del vientre y las espadas. Yo sé, que son extranjeras que contratan para los turistas, ya que por religión, los musulmanes no permiten a sus mujeres ese tipo de exposición. Cuando ya entrada la noche salimos de allí, la luna en el desierto me transportó al país de los sueños. ¡Es muy bello ese paisaje!
Lo que más me hizo repensar los diferentes modos de vivir de cada país fue lo siguiente: tomé un taxi para ir a un centro comercial fabuloso. Compré unos regalos para mis hijos y nietos. Al salir tomé otro vehículo para regresar al hotel y ¡OH sorpresa! El chofer no hablaba ningún idioma que yo pudiera interpretar. No hablo inglés pero chapuceo algunas palabras, hablo italiano y algo de francés, como algo de portugués. ÉL, Nada. Para colmo noté que estaba perdido. Tengo la costumbre de llevar conmigo siempre una tarjeta del Hotel, por las dudas. Cómo pude le pregunté en  mi mínimo inglés cuál era su país de origen: Nepal. ¿Cuánto tiempo estaba viviendo en Dubai?   Diez días… ¡AY! Dije, ¿Ahora cómo hago? Paró el reloj del taxi, descendió y habló con otro chofer que como pudo le explicó como llegar. Lloraba. Yo sabía por un joven indio que son muy estrictos con los empleados y los deportan por cualquier error. Al fin llegamos al hotel. Me mostró el reloj del taxi y yo que sabía que costaba el doble le pasé ochenta en lugar de cuarenta. ¡Me besó la mano! Pobre hombre, siempre voy a recordar su temor a regresar sin el verdadero gasto del auto. Pero como cristiana, no puedo ser inmune al dolor ajeno.
Me llevaron a ver joyerías. ¿Mi Dios, cuánto oro! No alcanzaría mi vida toda para lucir la cuarta parte de esas joyas. Según imagino las damas de “negro” las usan debajo de sus túnicas. ¡Hasta hay chalecos en cota de malla de oro, como en el medioevo! Los perfumes son maravillosos, son esencias de flores muy persistentes y deliciosas. Por temor a no poder ingresar en los aeropuertos un frasco no compré y me quedé con muchos deseos de tener uno de esos preciosos envases de perfumes que vi. Sólo me atreví a adquirir unas miniaturas de perfumes que colecciono.
En un lago hay un juego de luces, música y agua que danzan en las orillas de los restaurantes y paseos. ¡Muy bellos!
En el aeropuerto de Dubai, tuvimos que esperar varias horas y me sentí una paria. No había sillas para mujeres junto a las de los hombres. Se hacían a un costado o se salían de nuestro lado si nos atrevíamos a sentarnos cerca. A veces pienso que esos señores, que respeto, tienen madres, esposas, hermanas e hijas… No creo que les guste que un señor las desprecie por ser mujeres. Por eso todas las bellezas de su tierra, pierde frente a estas pequeñas cosas que no entendemos las viajeras. ¡Y yo, tengo 74 años! Imagino si fuera joven, linda y llamativa. ¡Me hubieran tapado con una manto hasta el piso, ja, ja, ja!


¡Y TUVE QUE IR POR EL RÍO A URUGUAY!




Le tengo amor y terror al agua abierta, al mar y navegar. Pero a Uruguay podía viajar por tierra y cruzar el puente entre Argentina y Uruguay por Entre Ríos o ir en “Buque Bus” y cerré los ojos y allá fui. Es hermoso ese pedacito de tierra que supo ser parte de mi patria y que por razones históricas y políticas perdimos.
Es una cuna de artistas y refugio de nuestros expatriados. Hablamos el mismo idioma, somos parecidos, pero no somos iguales. ¡Qué pena! Son maravillosos.
Rodeado de mar, en una de sus playas un ingenioso artista hace surgir una mano, cuyos dedos son una súplica a Dios para defender esa tierra… y vaya que lo hace. Es un país con paz.
Junto a un grupo de amigos y colegas caímos como jauría hambrienta en un restaurante y los volvimos locos con tantos pedidos diversos; siempre sonrientes nos atendieron con diligencia. ¡Comí el “chivito o chivato” más rico de mi vida! Es un sándwich típico de la Costa Oriental.
Recorrimos la casa del artista Páez Vilaró en Casa Pueblo, donde se disfruta su amor por los colores Afro- Americanos. Maldonado se destaca por el blanco brillante de su original casa, pletórica de cerámicas pintadas a mano, de murales y figuras antropomorfas. Él, vivió allí y lamentablemente falleció en el dos mil catorce con noventa años. ¡Qué gran pérdida para los que amamos el arte!
¡Recorrimos la ciudad de Montevideo, donde se escondieron tantos políticos argentinos cuando salían para defenderse de las “mazorcas de Rosas”, luego de Yrigoyen, Perón y otros tantos! Refugio de honor y amor.
Sacamos fotos en la famosa “Carreta” un monumento al trabajo, me imagino. Pasamos por una vieja construcción para tauromaquia, creo que aun se hacen corridas de toros, no lo sé.
Nos desplazamos a Colonia y fue como ingresar al mundo mágico del siglo XIX. De una callecita empedrada salieron en grupos con tambores y tamboriles, silbatos y maracas; con ropas de época una “comparsa” de afro-americanos, como en la época colonial cantando canciones y bailando. Me sentí transportada a los tiempos cuando había ese horror llamado “esclavitud”. ¡Pero se los veía tan felices! Era como si llamaran a participar a sus antepasados, pero ya en Libertad. ¡Realmente se ha quedado en mi retina como un espacio hechizado! me enamoré de los colores de Uruguay y de su gente. Es tan cerca de mi patria que creo volveré.

martes, 18 de agosto de 2020

LA TOMASA REINOSO... PA´SERVIRLE


            Sí, doña Tomasa, le puedo fiar un poco de harina...pero no, el hombre no me va ha decir eso, seguro que me corre con todo lo que le debo. Son sueños nomás. Lo sé, desde que se fue mi hombre no queda casi nada. Sólo penurias y deudas. La pobre de la Odilia ya no tiene qué, ni esperanzas. Pero perder la fe, sería el final y falta un tiempo para la cosecha. He mirado como han brotado los parrales en el cuartel del norte y he visto mucha vida en esos botones verdes. Parecen hembras preñadas... Me acuerdo cuando en el tiempo del tata esperábamos el rebrote azul- verdoso de la viña. ¡Qué fiesta era verlos a todos con una luz de esperanza en los ojos deslucidos y enrojecidos por el sol de las siestas!
            Caminaba entre los pozos abiertos en la tierra seca, la Tomasa Reinoso y pensaba y soñaba. Su tiempo de mujer joven se iba acabando y el miedo como enredadera agreste se le apretaba entre los ojos hundidos y los músculos doloridos por la tarea cruel de la tierra. Tenía un puñado de aliento todavía. Esperaba un milagro que no llegaba. Salió del camino como olvidando el sabor furtivo de la desesperación que la estaba consumiendo. Miró hacia el camino ancho que de frente a ella era como un enorme flecha hacia el destino incierto del futuro. Se santiguó y pidió que lloviera por lo menos. El tomero le había dicho que faltaba agua, era lo último que quedaba:¡ la seca!, y entonces se tendría que ir ¿ a dónde?, si no tenía a nadie. La ciudad la aturdía y le tenía miedo. Ya era vieja. Hacía como tres meses que había sido su santo y tenía como cuarenta. Cuarenta años pesan y el Beto. El Beto tan bonito como su padre. Lástima que no habla ni me comprende. Ese chico que se queda horas mirando el cielo como si fuera a volar en cualquier momento, se mueve suavemente como una hoja de sauce. Va y viene, viene y va sobre sus pies que no mueve. Ella lo lava, lo peina, le pone en los labios suaves pan con leche. Es igual a un pájaro sin su nido. Lo mira y le habla como si fuera a entenderle. Su hijo ya tendría que caminar, reirse, soñar como los otros. El Beto no puede, no entiende, no quiere. Sigue su camino pensando, en busca de ayuda. Su hermana espera que traiga algo para cocinar porque sólo con huevos y verduras no puede o no sabe. Ella sí tuvo una vida distinta. Fue a la ciudad y se casó con un hombre. Le daba todo. Le daba golpes y un día casi la mata, pero era un hombre de veras, trabajaba en el ferrocarril, hasta lo del accidente. Un día perdió pie y cayó sobre los rieles justo con un cambio de vías y maniobras. Allí quedó el pobre como masa de fideos, todo cortado. Ella no lo lloró, digo, mi hermana. ¡Es fuerte la mujer, pasa por cada cosa? Sigue pensando y camina por la tierra blanca. Se sienten los ladridos de los perros del almacenero y ella va acortando el paso. Un mundo de vergüenza le colorea la cara y sigue lentamente arrastrando los pies y su amor propio. Todo por el Beto y la Odilia, si por ella fuera se quedaba ahí mismo. Mira los troncos viejos de árboles añosos y se acerca lentamente atrapa con sus brazos los maderos rugosos y besa la corteza con avidez. ¡Quiere ser como ellos, pero no puede! Ya se ve la casona y el almacén, un jolgorio de perros y de palomas que comen las semillas que caen de las bolsas, esperan su llegada, un instante de duda y entra. ¡En la penumbra fresca del boliche ve la figura agradable de don Prudencio, sonríe el hombre bueno y reservado! Ella  mira asombrada ese rostro anguloso y apacible, él, le acerca una mano y en la otra un mate. Él la mira con ojos de hombre complacido al verla. ¡ Sueña Tomasa sueña y recibe el mate agradeciendo !
            Buena señora ¿Cómo anda todo? y siente que esos ojos le piden que se distienda, le dan ese resquicio. ¿El muchacho anda bien? ¿Y la Odilia? Vio que no llueve, parece que no tenemos suerte este año. Ni agua nos manda Dios. Viene seguro por harina y grasa.    ¿Huevos, va a llevar? Ni la mira mientras arma el paquete de esperanza blanca. Ella confundida se apoya en el mostrador gastado. El hombre es joven todavía y apenas la mira. Tomasa, perdone, pero necesito hacerle una pregunta quedan las palabras caracoleando en el pecho de ambos. ¿Usted, querría casarse conmigo? Y el cielo de pronto se abre y ella lo mira quieta. Ya van más de seis años que la veo y no me animaba a preguntarle. Yo la veo ¡Tan buena, tan guapa, tan madre...! Acá tendría todo.
            La Tomasa se santigua. Está sorprendida y una lágrima larga le desprende el silencio. Apenas puede hablar y sólo se anima a tocar la mano áspera del hombre. Asiente en un murmullo. De pronto comienzan los truenos para el este. Cae un chubasco. El brazo fuerte que ha dado una vuelta para acercarse toma la cintura ancha y dócil de la mujer. La abraza con ternura. Ella apoya la cabeza en el ancho pecho. Ya tiene futuro. Piensa contenta en el Beto y en la Odilia.

                                  

UNA LLAMARADA ROJA EN EL LAGO DE WINNIPEG



            Se acerca el otoño. Un río rumoroso y helado cae en cascada cerca de la cabaña. Los alerces, los acers y los liquidámbar están de carnaval. Rojo carmín, rojo fuego, rojo sangre.  No quedan rojos para apoderarse de la ladera. Algunos cedros cortan el espíritu vegetal de la orilla con un verde insolente y majestuoso.
             Sacarías y Jaime, salen a caminar por la margen del lago. "Bronco", el ovejero, innegable amigo y camarada, los sigue indicando por donde pueden atravesar sin enlodarse las botas. Ambos con su mirada perdida en remembranzas, lo siguen. El agua trae el recuerdo de un viejo tiempo, como caravana de pájaros en regreso. En la ribera pedregosa, una montonera de troncos arrastrados por la correntada, ha dejando asentada su residencia silenciosa de árbol muerto. Parecen esqueletos domeñados por la ira del tiempo. Igual que Sacarías y el muchacho, sólo acompañados por la soledad del sitio donde piensan en Raquel. ¿Adónde se fue? ¿Por qué?   La dulce y alegre Raquel. Con su pícara sonrisa e ingenua mirada de muchacha traviesa. Han pasado cinco inviernos. Demasiado silencio para un ser tan querido. Jaime, mira como "Bronco" raspa con una pata helada el terreno. Ladra para llamar la atención. Perro loco, seguro que encontró herido algún pájaro que ha sido arrastrado por el agua hasta allí.
            Un rápido movimiento del hocico y saca un bulto. Corre en busca de sus amos. Sacarías atrapa sin disimulo del morro dentado, una mantilla de encaje con barro y un enredo de hojas podridas. ¿Cuánto tiene ese chal allí? Jaime grita casi agónico. El chal de Raquel. Los gansos se espantan por el doloroso bramido del hombre. Se produce un minuto de bullicio entre las avutardas que buscan un lugar para anidar. Sacarías y Jaime, comienzan a cavar; mientras Bronco ladra con desesperación. Las manos frenéticas de los hombres no sienten dolor ni frío. Agobiados y ensangrentados, buscan. La sangre se mezcla con el agua límpida. En la arena encuentran el pequeño guante conocido de cabritilla azul, con huesos de una mano. Comienza a sobresalir entre el lodo y las piedras un brillo metálico. Una daga hindú. Sara colecciona dagas desde adolescente. ¿Por qué está allí la daga? ¿Por qué junto a ese esqueleto que asusta porque presumen de Raquel? ¿Sara, acaso, odiaba a su prima Raquel? En presuroso esfuerzo siguen cavando. Encuentran resto de ropa y huesos. Sacarías llora en silencio. Su pequeña niña morir sin haber tenido auxilio. Jaime vocifera disparates. Un alboroto de aves, atraviesa el susurro de los árboles, cuyas ramas se quejan por el duro invierno que enfrentan.
            El descubrimiento los aturde. Ambos hombres que se aferran con dolor a sus recuerdos. Piensan en Sara, la frágil Sara. La sínica que derramó tanta lágrima cuando Raquel desapareció de la cabaña sin dejar rastro. Cuando regresan a la casa, alcanzan a ver la camioneta de la maligna mujer, que trepa por el camino hacia la ciudad. Al ingresar desorientados por el inesperado hallazgo, descubren que Sara se ha escapado. La mujer ha observado desde la ventana del ático los movimientos del tío y del hermano.  En la huída deja su bolso olvidado sobre el piso del salón. Lo abren y ante sus ojos están las cartas de amor que Sara escribió a Raquel. Nunca obtuvo respuesta. La única que encontró fue el rechazo de la muchacha.
Raquel, era amante de Jaime, su apuesto primo. 

¡QUIMERA EN LA SELVA AMERICANA!



La selva generosa se adormece en la espera.
Esconde sus fragancias de flores y de espinas.
Un cielo como paño de angélico destino
acuna alas plumosas de pájaros divinos.
El sol emborrachando los árboles frondosos
abraza
pequeñas bestezuelas peludas y ruidosas.
El asno y el borrico caminan armoniosos
acompañan la lucha del pobre campesino.
La selva generosa lo cubre con su sombra
y le regala el fruto de su poder divino.
Hay ruido de chicharras, de monos y de loros.
Hay ríos bulliciosos de aguas cristalinas.
Hay víboras y arañas que acechan a sus presas.
¡ Es la ley de la selva!
Responde el campesino.
En las mañanas claras el hombre se desliza buscando su sustento.
La selva se lo entrega. Palma, plátano, mango...mil frutos. Maduros y sabrosos.
Misterioso perfume de exóticas flores.
Allá va el hombre simple por la selva despierta.
Quimera sibilina que esconde su tesoro.
Cobija, selva,
al pueblo colombiano que sufre y se desangra.
Regrese la esperanza , la paz y la alegría para ese pueblo lindo
de América Latina.

PROMESAS




Los villeros piden, los mendigos piden, los chicos de la calle piden
Los presidentes prometen, los gobernadores prometen y los intendentes también
Los gay piden, los travestis piden, los policías piden
Los candidatos prometen, los políticos prometen...
Los médicos piden, los enfermos piden, los maestros piden
Nadie contesta. Silencio en la noche, ya nada está en calma
Yo espero sentada en la plaza una respuesta
Yo pedí, tú pedías, él pidió...
Nosotros esperamos, ustedes confían y creen
Ellos no responden. Silencio en el día ya nadie contesta
Tú y yo sentados esperamos en la calle
Arrulé, arrulé esperando quedaré
Pasa un jubilado me mira con tristeza, ya no pide nada
Una embarazada se cruza con mi espera. Silencio.
Bajen las barreras para que pase la desvergüenza.
Arroz con leche...ya nadie se quiere casar
Ya nadie pide nada para poder progresar
Con éstos sí, con éstos nó, con estos sinvergüenzas me muero yo

BÚSCAME.



Te abordaré en la calle de mi mundo pequeño.
En la fuente tranquila.
En el lecho de polen y pétalos de seda.
Agregaré el néctar de mi tristeza casi, casi dormida.
Seré como un pájaro con aroma de pino y suave madreselva.
Llegaré a acunarte con voces de violines,  de arpas, de celestas.
Desgrana mi fruto, mi fragancia y mis sueños.
Encuéntrame allí dentro... adentro de un poema.
Tal vez en otra esfera acomodaré los sueños al chispazo de la vida.
Recitaré un poema de Neruda o de la dulce Olga Orozco,
y sonarán campanas en ritmo de violines. 
En un arrebato de oropeles brillaré en la oscura sombra del olvido
o cantarán los coros la canción libertaria de "Va pensiero"
y una nube de ángeles apresten los clarines para que surja 
ese grito distante de las palabras bellas, de las rimas 
otorgando el descanso al caminante 
al que pasa indiferente junto a mí
en la calle de mi mundo pequeño.